12. A veces lo pequeño es hermoso
Tal vez no haya ninguna variable que plantee de manera tan clara y vívida para el analista los problemas del estar vivo como el tamaño. Al elefante lo afligen problemas derivados de su gran tamaño; a la musaraña, los de su tamaño diminuto. Pero para uno y otra hay un tamaño óptimo. Ni el elefante se hallaría en situación mucho mejor si fuera mucho más pequeño, ni a la musaraña la aliviaría ser mucho más grande. Podemos decir que cada uno de ellos tiene adicción al tamaño que es.
El grandor o la pequeñez originan problemas puramente físicos que afectan al sistema solar, a los puentes y a los relojes de mano; pero además de estos problemas, hay otros que son propios de los conglomerados de materia viva, ya se trate de seres individuales o de ciudades enteras.
Echemos primero una mirada a lo físico. Los problemas de la inestabilidad mecánica surgen porque, por ejemplo, las fuerzas de la gravedad no siguen las mismas regularidades cuantitativas que las de la cohesión. Es más fácil romper un gran terrón de tierra dejándolo caer al suelo que romper uno pequeño. El glaciar crece de tamaño y entonces, en parte porque se licua y en parte porque se quiebra, debe iniciar una existencia modificada en la forma de avalanchas, unidades más pequeñas que deben desprenderse de la gran matriz. A la inversa, aun en el universo físico lo muy pequeño puede tornarse inestable porque la relación entre la superficie y el peso no es lineal. Cuando queremos disolver un material cualquiera lo reducimos a trozos menores, ya que en estos el cociente entre la superficie y el volumen es menor y por ende ofrece más acceso al solvente. Los trozos mayores serán los últimos en diluirse. Y así siguiendo.
Para trasladar estos pensamientos al mundo más complejo de las cosas vivas, podemos ofrecer la siguiente fábula: