Las conferencias de Whidden - Noam Chomsky (1975)
Enero de 1975, McMaster University
Capítulo I - SOBRE LA CAPACIDAD COGNITIVA
El desarrollo de la personalidad, los esquemas de conducta y las estructuras cognitivas en los organismos superiores, en cambio, a menudo han sido estudiados desde una perspectiva muy diferente. En general se presupone que en este terreno el medio social es el factor dominante. Las estructuras del entendimiento que se desarrollan a lo largo del tiempo se consideran arbitrarias y accidentales; no existe ninguna «naturaleza humana» aparte de lo que se desarrolla como un producto histórico específico. Según este punto de vista, típico de la especulación empirista, determinados principios generales del aprendizaje que son comunes en sus aspectos esenciales a todos los (o a una gran clase de) organismos bastan para explicar las estructuras cognitivas que alcanzan los seres humanos, las cuales incorporan los principios por los que 'se planifica, se organiza y se controla la conducta humana. Dejo de lado, sin mayor comentario, la exótica, aunque influyente, opinión según la cual los «estados internos» no deberían tomarse en cuenta en el estudio de la conducta.(8)
Sin embargo, los sistemas cognitivos humanos, cuando se investigan con seriedad; demuestran no ser menos maravillosos y complejos que las estructuras físicas que se desarrollan en la vida del organismo. ¿Por qué, entonces, no deberíamos estudiar la adquisición de una estructura cognitiva como el lenguaje más o menos de la misma manera como estudiamos un órgano corporal complejo?
A primera vista, la propuesta puede parecer absurda, aunque sólo sea por la gran variedad de lenguas humanas, pero una consideración más detallada de los hechos disipa estas dudas. Aun conociendo muy poca cosa sustancial acerca de los universales lingüísticos, podemos estar bastante seguros de que la posible variedad de lenguas está bien delimitada. Unas cuantas observaciones generales bastan para establecer algunas conclusiones cualitativas. Así, está claro que la lengua que cada persona adquiere es una construcción rica y compleja que mal podría estar determinada por los datos fragmentarios de que dispone. Ésta es la razón por la que la investigación científica sobre la naturaleza del lenguaje es tan difícil y tan limitada en sus resultados. El entendimiento consciente no está dotado de ningún conocimiento anticipado (o, para recordar a Aristóteles, sólo de un conocimiento anticipado insuficientemente desarrollado), de manera que se halla frustrado por las limitaciones de la evidencia disponible y enfrentado a un número excesivo de posibles teorías explicativas, inconsistentes entre sí pero adecuadas a los datos o bien - ¡qué infortunio! - no puede idear ninguna teoría razonable. !iin embargo, los individuos de una comunidad lingüística han desarrollado esencialmente la misma lengua. Este hecho sólo se puede explicar sobre el supuesto de que estos individuos emplean principios altamente restrictivos que guían la construcción de la gramática. Además, los seres humanos no están proyectados, obviamente, para aprender una lengua humana específica más que otra, por lo que el sistema de principios debe ser una propiedad de la especie, y han de existir potentes restricciones que limitan la variedad de lenguas. Es natural que en la vida cotidiana nos interesemos tan sólo por las diferencias que observamos entre la gente, ignorando las uniformidades estructurales; pero cuando pretendemos comprender qué clase de organismo es en realidad un ser humano, las exigencias intelectuales que se nos plantean son muy otras.
Si la idea de considerar el desarrollo del lenguaje análogo al crecimiento de un órgano corporal es, pues, bastante natural y plausible, cabe preguntarse por qué la creencia empirista que sustenta lo contrario ha ejercido tanta atracción en el temperamento moderno. ¿Por qué se ha dado por supuesto de manera tan gratuita que existe una «teoría del aprendizaje» que puede dar cuenta de la adquisición de las estructuras cognitivas a través de la experiencia? ¿Existe acaso una colección de pruebas, establecídas mediante la investigación científica, la observación, o la introspección, que nos conduzca a considerar el desarrollo mental y el físico de forma tan divergente? Con toda seguridad, la respuesta es negativa. La ciencia no ofrece razón alguna para «aceptar la máxima común según la cual nada existe en la mente que no haya estado antes en los sentidos», ni para poner en cuestión su negación en la filosofía racionalista.(9) La investigación de los logros del intelecto humano, aun de aquellos más comunes, no aporta ningún aval para esta tesis.
La especulación empirista y la «ciencia de la conducta» que se ha desarrollado dentro de sus términos han resultado más bien estériles quizá a causa de los peculiares presupuestos que han guiado y limitado esa investigación. La garra de la doctrina empirista en el período moderno, fuera de las ciencias naturales, debe explicarse sobre la base de consideraciones históricas o sociológicas. (10) En sí misma, esta posición es poco recomendable sobre la base de la evidencia empírica, de su plausibilidad interna o de su capacidad explicativa. Personalmente, no creo que esta doctrina pueda atraer a un científico libre de los prejuicios de la tradición y capaz de aproximarse de nuevo a los problemas; antes bien, aquélla es como un impedimento, una barrera infranqueable para la investigación fecunda, al modo como los dogmas religiosos de épocas anteriores se alzaban en el camino de las ciencias naturales.
A veces se ha pretendido que el empirismo moderno había vencido las limitaciones de la tradición anterior, pero tengo para mí que esta creencia constituye un serio error. Hume, por ejemplo, presentó una teoría substantiva de «los principios y resortes secretos que actúan sobre la mente en sus operaciones». En su investigación de los fundamentos del conocimiento llegó a sugerir unos principios específicos que constituyen «una especie de instintos naturales», los empiristas modernos que menoscaban la obra de Hume se han limitado a sustituir su teoría por sistemas vacuos que conservan la terminología empirista (o con mayor estrechez, conductista) al tiempo que privan a las ideas tradicionales de su sustancia. He discutido esta cuestión en otro lugar (cf. capítulo 4) y no me voy a entretener más en ella aquí.
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