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El libro de las figuras jeroglíficos

De todos los numerosos tratados que se han escrito sobre el proceso de la Obra alquímica, sin duda es este Libro de las figuras jeroglíficas la obra que ha adquirido mayor divulgación. El motivo tal vez sea que en ella se expone el proceso de una forma completamente nueva. Así, mientras que por lo general los tratados alquímicos exponen las pautas que se han de seguir para la consecución de la Gran Obra, en el libro de Flamel se parte del hecho insólito de la transmutación ya realizada, dándose los detalles que la hicieron posible. No se parte, pues, de una hipótesis, sino de una auténtica realidad.

Es por ello por lo que, dentro de los lógicos límites a que nos obliga la extensión de nuestro libro, nos ha parecido interesante para el lector esbozar, siquiera sea de la forma más somera, el enunciado de los diversos capítulos del libro de Nicolás Flamel.

La obra está dividida en Ocho Figuras, y en ellas el alquimista nos va informando de todos los elementos y de la técnica requerida en el proceso de la Obra alquímica.

Primera Figura

«Este vaso de tierra con forma de escribanía recibe el nombre de Triple vaso, pues en su mitad hay como una especie de estante que contiene una escudilla llena de cenizas, sobre las que se encuentra el huevo filosofal. Se trata de un matraz de vidrio, hijo mío (permíteme que te llame así, porque soy mayor que tú en años; y, además, porque también tú eres hijo de la Ciencia), que está lleno de los elementos del Arte, o sea, de la espuma del Mar Rojo y de la grasa mercurial.

»Este recipiente o vaso de tierra está abierto por su parte superior, a fin de poder colocar dentro de él la escudilla y el matraz, bajo los cuales se hace el fuego filosófico. De este modo tienes tres vasos o, mejor dicho, un vaso triple. Este recipiente recibe muchos nombres: atanor, redoma, sepulcro, orinal, horno, esfera, león verde, etc. Yo lo he denominado "casa y habitáculo del Pollo". Su nombre común es "horno", y yo nunca lo hubiera encontrado si Abraham el Judío no me lo hubiese pintado con su fuego, que es una parte importante del secreto; pues es como el vientre y la matriz que contienen el verdadero calor natural necesario para animar al joven Rey.»

Segunda Figura

«Ten muy presente los dos Dragones que aparecen aquí, pues se trata de los dos verdaderos principios de la Filosofía (con el término "filosofía" se refiere el autor al proceso alquímico), aquellos que ni los sabios se han atrevido a mostrar a sus propios hijos. El dragón que se encuentra en la parte inferior, sin alas, es lo Fijo o el Macho; el que se encuentra arriba es lo Volátil o la Hembra. El primero se llama Azufre; el segundo, Mercurio... Son las serpientes y dragones que los antiguos egipcios pintaron en círculo, mordiéndose la cola, para dar a entender que habían salido de una misma cosa que se bastaba a sí misma, y que se perfeccionaba en su propia redondez... Estos colores que aparecen en el vaso significan la putrefacción y generación, que no es dada por la mordedura y disolución de nuestros cuerpos perfectos...; ya que toda corrupción es generación, y tal negrura es siempre deseable.»

Tercera y Cuarta Figuras

«... Hay aquí dos cuerpos, el del varón y el de la hembra, para mostrarte que en esta segunda operación no has captado todavía las dos naturalezas unidas, la masculina y la femenina, o mejor dicho, los Cuatro Elementos... Verás en la Cuarta Figura la representación de un hombre vestido con ropajes de un blanco anaranjado, que tiene en la mano una espada desnuda. A sus pies se encuentra otro hombre arrodillado, vestido con un atuendo color naranja, blanco y negro...»

Sigue hablando Flamel de las transfiguraciones o cambios que se producen en el proceso de la Obra alquímica y que, según él, están descritos en el libro egipcio de los Siete Sellos.

En la Quinta Figura

«Dos hombres y una mujer, de un blanco perfecto, aparecen resucitando sobre el fondo de un campo verde. Encima de ellos se ven dos ángeles, y en la cúspide está el Salvador que, vestido con ropajes de color naranja y blanco, viene a juzgar al mundo...»

Sigue diciendo que ha querido pintar un campo verde porque en esta cocción los componentes se vuelven verdes y conservan este color durante más tiempo que cualquier otro, después del negro. Con tal verdor quiere indicar que «nuestra piedra» tiene un alma vegetativa y que se ha convertido gracias al «Arte» en un germen puro, con el cual se podrá sembrar abundantemente y se conseguirán infinitas ramas.

Los tres personajes que resucitan vestidos de un blanco resplandeciente no son otros que los símbolos del cuerpo, el alma y el espíritu de nuestra «piedra blanca».

Sexta Figura

Acá aparecen dos ángeles anaranjados sobre un campo violeta y azul... Estos dos ángeles representan las dos sustancias, la del Mercurio y la del Azufre.

Séptima figura,

Esta muestra un hombre vestido con ropajes de color naranja que tiene una llave en la mano derecha, y que ha puesto su mano izquierda sobre una mujer vestida también de naranja, que se halla arrodillada a sus pies. Esta mujer tiene en la mano una banda en la que se lee: «Cristo, ten misericordia de mí», y se parece a Perenelle, cuando era muchacha.

Octava y última Figura

Aparece, sobre un campo de color violeta oscuro, un hombre rojo que tiene a sus pies un león alado dispuesto a transportarle por los aires.

El color del campo indica, según nos dice Flamel, que la piedra ha obtenido, finalmente, las hermosas vestiduras que antes se solicitaron al hombre de la llave, y que debido «a su proceso de perfecta digestión» ha conseguido abandonar ya sus antiguos ropajes anaranjados. El color del león alado significa que la obra se ha conseguido en toda su perfección. Es el león que devora toda la naturaleza metálica e imperfecta, convirtiéndola en su verdadera sustancia, en oro puro más fino y perfecto que el que se extrae de las mejores minas. El león se lleva al hombre, transportándolo por el aire fuera de las miserias de este mundo, lejos de la enfermedad y la pobreza, y elevándolo gloriosamente para llevarlo «a las dulces fuentes de la eterna esperanza».

Y Flamel concluye su obra con este piadoso ruego: «Que el Señor nos conceda la gracia de que sepamos emplear bien este don, en provecho de nuestra alma y en aumento de la gloria de este Reino».

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