"A través del experimento de la semana pasada, todos sentimos qué era vivir y actuar en la Alemania nazi. Aprendimos qué se siente al crear una sociedad disciplinada, al construir una sociedad especial y rendir pleitesía a esa sociedad, instituir la razón a través de reglas. Sí. Todos habríamos sido buenos alemanes. Nos habríamos puesto el uniforme, habríamos dado vuelta la cara ante nuestros amigos perseguidos y encarcelados. Nosotros mismos habríamos cerrado los goznes. Habríamos trabajado en los centros de "defensa", quemado ideas.
Sí. Sabemos, a escala, qué se siente ser un héroe, tener decisiones rápidas, sentirse fuerte y controlando el destino. Conocemos el miedo de ser dejado fuera, el placer de hacer algo bien y ser recompensado, ser el número uno, estar en lo correcto. Hemos visto, y, a lo mejor, sentido, lo que estas acciones, al ser llevadas a un extremo, pueden causar. Cada uno de nosotros ha sido testigo de algo en la semana recién pasada. Hemos visto que el fascismo no es solamente cosas que esa gente hizo. No. Está aquí, en esta sala, en nuestros propios y personales hábitos y formas de vida. Remuevan la superficie y aparecerá. Es algo que está en todos. Lo llevamos como un virus, La creencia de que los seres humanos son básicamente malos y que, por esto, no pueden actuar bien hacia sus semejantes, es una creencia que requiere de un fuerte líder y de disciplina para preservar el orden social y, aún más, es el acto de la defensa, de la apología".
"Esta es la lección final que debemos experimentar. Esta última lección, es, a lo mejor, la de mayor importancia. Esta lección era la pregunta que inició nuestra inmersión en el estudio de la vida nazi. ¿Se acuerdan, de la pregunta? Concernía a la ignorancia del pueblo alemán, reclamando no saber y no estar involucrado en el movimiento nazi. Si me acuerdo bien de la pregunta, ésta iba así: ¿Cómo pudo el soldado alemán, el conductor de trenes, la enfermera, el recaudador de impuestos, el ciudadano común, clamar, al final del Tercer Reich, que no sabía nada de lo que pasaba? ¿Cómo pudo, la gente, ser parte de algo y luego declarar no estar realmente involucrada? ¿Qué hizo que la gente se olvidara de su propia historia? En los próximos minutos y, quizás, años, Uds. tendrán la oportunidad de responderse estas interrogantes". "Si vuestra actuación sobre la mentalidad fascista ha sido lograda, ni uno de Uds. va a admitir jamás que estuvo presente en esta reunión final de la Tercera Ola. Como los alemanes, tendrán problemas para admitirse a Uds. mismos que llegaron tan lejos. No permitirán a sus amigos ni a sus padres saber que hubieran podido entregar la libertad personal y el poder individual a los dictadores o a un líder invisible. No pueden admitir que fueron manipulados, que fueron seguidores, que aceptaron la Tercera Ola como una nueva forma de vida. Uds. no admitirán que participaron en esta locura. Harán de este día y de esta reunión un secreto y es un secreto que yo compartiré con Uds.".
Saqué la película de la cámara y expuse el celuloide a la luz. El juicio había terminado. La Tercera Ola había terminado.
Miré hacia atrás. Roberto estaba llorando. Los alumnos se levantaron lentamente y, sin palabras, abandonaron la sala. Caminé hacia Roberto y lo abracé. Estaba sollozando y respiraba ahogadamente. Le dije: "Ya terminó. Está bien". Al consolarnos mutuamente, fuimos una roca en el arroyo de los estudiantes. Algunos se voltearon, estrechándonos, a Roberto y a mí. Otros lloraban abiertamente y se limpiaban las lágrimas, para seguir llorando. Eran seres humanos circulando y abrazándose mutuamente, yendo hacia la puerta, hacia el mundo exterior.
Durante una semana, en la mitad del año escolar, habíamos vivido y compartido intensamente un secreto.
En los cuatro años que fui profesor en el Cubberly High School, nunca nadie admitió haber asistido a la reunión final de la Tercera Ola. Por supuesto que hablamos y analizamos profundamente nuestras acciones, pero la reunión, no: Era algo que todos queríamos olvidar.
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