Los sacerdotes mencionaron con detalle a Solón la antigua leyenda de Faetón, que ya formaba parte de la mitología helena. Según ella, Faetón había dirigido el carro del Sol, pero no había sabido hacerlo como su padre, Zeus. Su torpeza le llevó a apartar el astro rey de su ruta natural, lo que produjo una serie de terribles cataclismos sobre la Tierra. Para apagar el inmenso incendio que se había originado en nuestro planeta, Zeus hizo caer sobre él lluvias torrenciales que causaron inmensas inundaciones. Los sacerdotes egipcios aclararon a Solón que si bien la leyenda aparentaba ser una simple fábula, tenía un fondo de verdad, ya que semejantes lluvias habían ocurrido en tiempos remotos. Estaban convencidos de la existencia de un terrible Diluvio que había asolado la Tierra y sido la causa de que la Atlántida desapareciera en el lapso de un día y una noche, sumida en las aguas del océano.
Solón escuchó con gran interés el relato de los sacerdotes, especialmente cuando éstos le hablaron del emplazamiento exacto que había tenido la Atlántida, antes de desaparecer. En la isla real, centro del imperio atlántico, se levantaba una gran fortaleza y un templo en honor de un dios marino. En esa isla los atlantes obtenían el cobre en forma maleable, y extraían del subsuelo un producto que no se podía encontrar en ninguna otra parte, y que recibía el nombre de «oricalco». Nadie sabía qué tipo de metal era este famoso oricalco, que tuvo en tiempos remotos un enorme valor —únicamente inferior al oro—. Éste era otro de los misterios surgidos a partir de la desaparición del enigmático continente.
Platón aceptaba plenamente el relato de Solón. En el Timeo afirma que se trata de una historia absolutamente veraz, y aunque reconoce que es un acontecimiento muy singular, no tiene la menor duda de que es totalmente cierto. En su Critias nos brinda una descripción del continente y de sus habitantes, que presenta apuntes de tipo histórico. Nos habla de que en el centro de la isla se levantaba una colina sobre la que se encontraba la ciudad convertida en la capital del imperio atlántico. Poseía canales que la unían con el océano, de forma que constituía una especie de puerto interior. La ciudad se encontraba rodeada por fosos y muros. Sus habitantes disfrutaban en ella de numerosas comodidades: termas públicas, fuentes artificiales y un hipódromo. La ciudad estaba construida enteramente con la piedra que se extraía de las canteras locales; una piedra que era negra, blanca y roja y que dotaba a la urbe de un aspecto muy singular.
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