René Guénon (1886-1951) Filósofo y teórico francés del esoterismo.
Nacido en el seno de una familia burguesa, acomodada y conservadora, Guénon elaboró, a juicio del tratadista R. de Becker, «un sistema metafísico ante cuyo poder de seducción resulta difícil mostrarse insensible».
Cursó estudios de bachillerato en la ciudad de Blois, en la que había nacido, para pasar después al famoso Colegio Rollin de París, con ánimo de estudiar la carrera de matemáticas, según era el deseo de su padre.
Sin embargo, la vena esotérica y espiritualista que había en él le obligó a abandonar esa carrera para dedicarse a buscar nuevos contactos dentro del mundo de lo hermético.
En la primera década del s. XX funcionaba en París una escuela hermética dirigida por Gérard Encause, más conocido por su seudónimo de Papus, ocultista que había alcanzado cierto prestigio, gracias a la publicación de sus últimas obras. Guénon se puso en contacto con el maestro esotérico, y de eso modo se inició en el mundo del hermetismo.
Fundó poco después una revista, La Gnosis, que le sirvió como tribuna desde la que expresó sus ideas metafísicas. Por entonces se sintió muy influido por dos teóricos que colaboraban en la revista; uno de ellos, León Champennaud, terminó convirtiéndose al Islam; el otro, Albert de Pouvourville, le introdujo en el esoterismo chino.
Por esos años Guénon se interesó vivamente por la filosofía hindú y por el simbolismo de la Cruz. Al mismo tiempo ingresó en la Gran Logia de Francia y empezó a exponer sus ideas que la masonería y la Iglesia católica eran las depositarias de la Tradición de Occidente.
En 1912 conoció a un pintor de origen sueco, un tal John Gustave, que le introdujo en el esoterismo musulmán y en la mística sufi. En ese mismo año Guénon se convirtió a la religión musulmana, adoptando el nombre de Abdel Wahed-Yahia, «El servidor del Único»; una conversión que por diversos motivos mantuvo en secreto.
Parece un hecho indiscutible que la razón de este paso tan decisivo dado por Guénon —al que tanto interesaban otras filosofías y que, además de ser masón había tenido una formación católica muy fuerte— , hay que buscarla en la enorme fuerza que ejerció sobre él la intensidad del esoterismo musulmán, muy secreto y cerrado.
Por otro lado, el Islam es la última de las tres grandes corrientes religiosas que parten del tronco bíblico; y que al ser la más joven. también es la que está más vinculada a la Tradición.
Poco antes de concluir la 1ª Guerra Mundial —en la que tuvo la suerte de no participar— se trasladó a Argelia para ocupar un puesto de profesor en una pequeña población al norte del país. Ese fue su primer contacto con el mundo árabe; no obstante, regresó pronto a París para desempeñar un puesto de profesor de filosofía en su propia ciudad natal de Blois. Y poco después de la muerte de su esposa, en 1930, se trasladó a Egipto, instalándose definitivamente en El Cairo.
Allí permanecerá, aislado del mundo de Occidente, escribiendo sus obras y convertido en un auténtico patriarca árabe hasta 1951, fecha en que murió como un fiel creyente musulmán.
Entre las obras dejadas por Guénon, hay tres que revisten una particular importancia. La primera es La crisis del Mundo moderno, escrita en 1927 y generadora de una fuerte polémica que todavía no ha acabado de calmarse. En ella el autor no sólo descree del predicamento que pueda tener Occidente sobre Oriente, sino que se encuentra plenamente convencido que nuestra civilización se halla abocada al fracaso. Tal postura, que no esconde una visión catastrofista y que se muestra abiertamente enfrentada al pensamiento occidental, no podía ser bien vista, ni siquiera admitida, por las mentes académicas de su tiempo.
Guénon advierte en sur obra que el camino hacia la destrucción final es irreversible. Será necesario esperar a que este ciclo finalice, ya que no es posible oponerse al destino. Y este ciclo es el Kali-Yuga, según la teoría esotérica hindú, la época de hierro, caracterizada por abundantes cataclismos y conflictos, que son la consecuencia del período de degradación que ha venido experimentando la raza humana. «La civilización moderna —escribe Guénon en su obra—tiene su razón de ser; y aunque con ella termine un ciclo, se puede afirmar que así debe ser; que viene a su tiempo y a su lugar». Pero no por eso dejará de ser juzgada según la palabra evangélica: «Es necesario que haya escándalo, pero ¡ay de aquel por quien llegue el escándalo!» Son unas frases que no dejaban resquicio de duda de la visión tajante y trágica que el autor tenía sobre nuestro mundo occidental.
La segunda obra capital de Guénon, de claro contenido esotérico. es El Rey del Mundo. En ella expone la idea de la existencia de un gran centro iniciático universal, la Agartha, que se encuentra en un lugar secreto de Asia. Este centro, que figura en muchas tradiciones herméticas, tanto orientales como occidentales, está gobernado por un Maestro cuyos poderes ocultos son inconmensurables: es el Rey del Mundo. A este respecto procede decir que resulta un tanto paradójico que un hombre tan crítico con otros movimientos esotéricos, y con figuras cuya talla espiritual no puede cuestionarse, no dude en dar por buena una teoría que, por muy simbólica que se presente, se enclava en los dominios de la más pura leyenda.
La tercera y más representativa de sus obras es El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, escrita cuando ya se encontraba en El Cairo, completamente insertado en el mundo árabe. En esta obra vuelve a profundizar en los temas tocados en la primera de las ya citadas, La crisis del mundo moderno.
Aunque muchas de las afirmaciones hechas por Guénon se muestren muy acertadas, es necesario resaltar que el tono en que las envuelve resulta ciertamente hostil. Y es ésta una hostilidad que no se paró en barras, pues tan pronto atacó a la teosofía y al espiritismo como a la decadencia del mundo occidental. Pero no se detuvo aquí, ya que grandes figuras mundiales del momento, como fueron Gandhi o Tagore, sufrieron la crítica de su palabra enojada. incluso no dudó en atacar a pensadores de talla espiritual tan reconocida corno Aurobindo o Vivekananda. Y si en otros tiempos manifestó respeto por la Iglesia católica, más tarde no le importó oponerse al misticismo cristiano, ni ridiculizar la metafísica católica. Sin duda alguna está presente una notable contradicción en esta gran figura del esoterismo teórico.
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