Prosigue con sus trabajos alquímicos, y en Nüremberg los rosacruces lo reciben como un gran maestro.
El propio rey Federico II de Prusia le tributa un homenaje en Berlín, mientras él lleva a cabo en los salones de la nobleza actuaciones que dejan pasmados a todos.
Trasladado a San Petersburgo el matrimonio Cagliostro vive rodeado de un halo de gloria. El conde lleva a cabo una serie de curaciones sorprendentes entre la aristocracia, lo que le granjea grandes simpatías. Pero, una vez, las circunstancias se vuelven hostiles -parece que hay un duelo de por medio- y tiene que abandonar Rusia y huir a Polonia, instalándose en Varsovia. De nuevo se ve rodeado de innumerables admiradores, entre los que hay que incluir al mismo rey.
Cagliostro continúa dedicándose a manipulaciones alquímicas, pero sus manejos levantan antipatías entre la aristocracia. El matrimonio, siguiendo su inveterada costumbre, se ve obligado a huir.
Instalado en Estrasburgo, en donde residirá durante tres años, Cagliostro se siente orgulloso de dominar los secretos alquímicos. En esta ciudad realiza una curiosa labor de índole social, atendiendo a enfermos y pobres, y llevando a cabo una serie de curaciones sorprendentes.
Estas actividades sirven para ganarse, una vez más, el favor tanto de poderosos como de humildes. En esa época entabla relación con un personaje que servirá para encumbrarle, primero, y arruinarle, después. Se trata del cardenal de Rohan, hombre ingenuo que goza, sin embargo, del favor real.
Trasladado a París, Cagliostro reside en uno de los palacios de la marquesa de Orvilliers. Crea entonces una logia masónica de la que se nombra gran maestre, con el título de Gran Copto. A la secta pertenecen ilustres nombres de la nobleza.
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