El mago disfruta entonces de una etapa de máximo esplendor. Es consultado por la reina María Antonieta, y vaticina con acierto acontecimientos como el del nacimiento del Delfín.
Con respeto y temor, corre entonces la voz de que Cagliostro es capaz de evocar los espíritus, y que posee la clave para fabricar remedios de gran poder. Tampoco parecen improbables sus trabajos alquímicos, si bien hay pocas dudas sobre el interés netamente material que los impulsaba.
Pero, sea como fuere, la popularidad y la fama del falso conde van en aumento. Éste, por otro lado, quiere que se reconozca por las más altas instancias -incluso pretende llegar al Vaticano- la logia masónica que ha fundado. Y cuando todo parece mostrársele propicio, estalla el famoso asunto del «collar de la Reina».
El cardenal de Rohan se ve envuelto en el escándalo que también salpica a Cagliostro, hasta el punto de que éste termina siendo encarcelado en la Bastilla. De todas formas, la prisión dura poco tiempo ya que el rey Luis XVI, tras un juicio en que el acusado queda absuelto, le pone en libertad.
Se dice que al saberse la noticia el pueblo se echó a la calle para aclamarle como a un héroe. Todo ello demuestra que Cagliostro sabía ganarse el favor de la gente. Sin embargo, las cosas estaban tomando otros derroteros, porque después de ser liberado se dicta orden de expulsión en su contra, y el mago ocultista se ve obligado a abandonar Francia.
Tras una nueva y corta estancia en Londres, el matrimonio Cagliostro se instala en Basilea; pero en esta ciudad no se encuentra a gusto el mago, por lo que decide regresar a Italia. Esta decisión constituye un grave error, porque poco después de instalarse en Roma su mujer le abandona y, seguidamente, le denuncia a la Inquisición.
Comienza entonces el calvario de Cagliostro. Pronto se descubre su verdadera identidad: el falso conde no es otro que el pintor Giuseppe Balsamo, acusado de numerosas estafas y falsificaciones. El papa ordena que se le encierre en el castel Sant'Angelo.
Al registrar su domicilio se hallan unos documentos en los que figuran dos profecías: la desaparición de la monarquía en Francia con el advenimiento de la Revolución; por lo que respecta a Italia, se extinguirán también los Estados papales. Tales vaticinios encrespan los ánimos de los inquisidores que se encarnizan con el ritual de la masonería egipcia, utilizado por Cagliostro en su calidad de Gran Copto
. El Santo Oficio no duda en acusarlo de numerosas aberraciones. El 7 de abril de 1791 se le sentencia a muerte, condena que se le conmutará más tarde por la de reclusión perpetua.
El preso morirá cuatro años después de ingresar en prisión.
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