A pesar de que pudieran existir ciertos precedentes históricos, no se puede afirmar que la cábala propiamente dicha tenga una antigüedad semejante. Este método de interpretación mística y esotérica de las Escrituras surge de forma plena en el transcurso del siglo VI al XI después de nuestra era, nutriéndose de las teorías filosóficas y místicas de las escuelas neoplatónicas y pitagóricas.
Curiosamente, el lugar de origen de la cábala no es Palestina sino posiblemente Babilonia, en donde se encontraba la sede de una especie de academia de sabios hebraicos que decidían sobre todas las cuestiones religiosas.
Los dos libros fundamentales del cabalismo son los ya mencionados Libro de Yetzira (o Libro de la Formación) y el famoso Zohar (o Libro del Esplendor). El primero es más antiguo; el segundo, que constituye el libro sagrado por excelencia de los cabalistas, tiene por verdadero autor al rabino Moisés de León, que vivió en la segunda mitad del siglo XIII.
El Yetzira, o Libro de la Formación, enseña no sólo la existencia de un dios único, sino también la armonía y la unidad existente entre la inmensa variedad y multiplicidad de los seres y las cosas que pueblan el universo. Además, en esta obra se nos dice que Dios no formó el universo partiendo de la nada, sino que lo creó a partir de él mismo. Así pues, Dios constituye la materia y la forma del universo. Por tanto, todo existe en Él, y Él está en el sustrato y en la esencia de todas las cosas. Sin duda, el Yetzira es el texto más determinante para hacerse una idea de lo que es la cábala teórica. Sus afirmaciones de que Dios y el universo forman un todo, una unidad perfecta, y de que el nexo de unión de toda la creación es el alfabeto hebreo, constituyen indiscutiblemente la base de la cábala.
Por lo que respecta al Zohar, o Libro del Esplendor, digamos que representa la obra más grande de la mística hebrea. Está escrito en un arameo muy artificial, e incluye veintiún tratados en los que se desarrollan las doctrinas cabalísticas sobre Dios, sus nombres, la cosmología, y también la mística de los números y de las letras del alfa tarea del legendario Christian de Rosenkreuz.
Los grandes pensadores helenos tenían fama de pertenecer a ese mundo de la Otra Realidad. De todos era sabido en Atenas que Sócrates poseía un espíritu familiar que le mantenía informado sobre los acontecimientos futuros. Los amigos de Sócrates que han pasado a la historia de la fama, como Jenofonte, aseguran que eran muchos los allegados al gran filósofo que consultaban con ese espíritu para resolver asuntos personales.
Este espíritu o daimon socrático tenía, según refiere Plutarco, una forma muy peculiar de responder a las preguntas formuladas: lo hacía nada menos que por medio de estornudos; si la respuesta que se había de dar era positiva, el estornudo iba dirigido hacia la derecha, y si por el contrario era negativa, el espíritu estornudaba hacia la izquierda. La cosa, como puede verse, no se prestaba a error.
¿Y qué decir de los discípulos de Pitágoras? Los pitagóricos no sólo eran unos adictos a la magia, sino que no tenían el menor recato en ejercerla en público. De otras figuras, como la del debatido Empédocles, tenemos referencia de que realizaba milagros; de hecho, las gentes creían firmemente que era capaz de resucitar a los muertos y de llevar a cabo los más grandes prodigios.