Paracelso tenía un principio, una divisa a la que se mantuvo fiel aun a riesgo de los enfrentamientos que habría de causarle: «No seas otro si puedes ser tú mismo». Y para que no quede duda alguna de tal aserto, se propone establecer un sistema cosmogónico propio y bien equilibrado, en un mundo como aquel en el que el ámbito académico –y el que no lo era– intentaba agarrarse como a una tabla de salvación a los viejos y estereotipados sistemas de conocimiento. Astrólogo, médico, antropólogo, erudito y mago, Paracelso crea, como era previsible, todo tipo de antipatías, a las que no parece conceder la menor importancia.
Aunque hemos mencionado su soberbia, no es menos cierto que sentía un profundo amor por sus semejantes, preocupándose por intentar paliar los sufrimientos que veía a su alrededor. Todo ello le obligaba, como ya hemos dicho, a luchar contra la charlatanería de sus semejantes: «¿Quién ignora que la mayoría de los médicos de hoy cometen terribles errores para gran perjuicio de sus enfermos? –se pregunta el insigne maestro suizo–. ¿Quién desconoce que tal cosa ocurre porque se aferran a las enseñanzas de Hipócrates, de Galeno, de Avicena y otros?
Mis escritos no son como los de otros médicos, compilaciones de los textos de Hipócrates o Galeno, sino que los he creado con un trabajo incesante basándome en la experiencia, maestra suprema de todas las cosas.
Cuando quiero demostrar algo no trato de hacerlo citando autoridades, sino acudiendo a la experiencia y a la razón... No tengo la menor fe en las antiguas doctrinas de los temperamentos y los humores, que equivocadamente se supone que son capaces de explicar todas las enfermedades. A causa de que tales doctrinas prevalecen, muy pocos médicos tienen un conocimiento preciso de las enfermedades y de su causa».
Estas palabras, escritas cuando se encargó de su cátedra de Basilea, demuestran a la perfección el espíritu inquieto y moderno de un investigador nato. No obstante, cabe preguntarse cómo pudo Paracelso ocupar una cátedra en una importante universidad, careciendo de los indispensables títulos académicos.
Y es aquí donde muchos investigadores concuerdan en afirmar que el hecho de ser discípulo de aquel famoso abad Tritemo pudo influir notablemente en el asunto. Incluso se asegura que el citado personaje había creado una especie de orden o sociedad secreta de herméticos, en la cual Paracelso constituía un elemento significativo.
Sea como fuere, sus colegas envidiosos no dudaron en calificarle de «mago monstruoso, supersticioso, impío, blasfemo de Dios, pordiosero, impostor, borracho y elemento abominable». La verdad es que no se puede añadir mucho más en clave de insulto.
Pero el hecho es que estos saberes ocultistas que poseía y sabía poner adecuadamente en práctica le permitían elevarse infinitamente sobre todos sus ignaros contemporáneos.