Evidentemente, un sistema de tal magnitud, tan completo y equilibrado, se encontraba en las antípodas de la comprensión de sus colegas, que veían en él una especie de mago, de brujo trastornador de los estereotipos conocidos. Sólo aquellos seres libres, como Agripa, Tritemo y otros privilegiados, podían entenderle y respetarle. «Si Cristo descendiera del cielo –aseguraba–, no encontraría a nadie con quien conversar. Si Júpiter descendiera de su planeta, no encontraría aquí en la Tierra a ningún verdadero investigador, sino solamente escuelas en las que se repite de forma insistente y rutinaria la sabiduría ancestral. Pero estas escuelas de la Antigüedad están muertas, y sus adeptos permanecen ciegos a la verdadera luz.»
Así pensaba aquel hombre, cuyo influjo está presente desde Shakespeare hasta Goethe, y que llega a nuestro siglo XX, en el que notables figuras como E. Pound o R. Steiner le consideran un verdadero innovador y un auténtico espíritu libre.
El final de Paracelso fue tan dramático como lo había sido su vida. El 24 de septiembre de 1541 se encuentra en Salzburgo, en donde residía en aquella época, y como es costumbre, ese día va también a la hostería, para descansar unas horas de su trabajo diario. Allí encontrará la muerte, víctima según unos de un fulminante ataque de apoplejía y, según otros, a consecuencia de un golpe que alguien le asesta en la cabeza. Esta última hipótesis se vio confirmada cuando, a principios del pasado siglo, se exhumó su cadáver y se pudo observar en su cráneo una fisura anormal, que bien pudiera haber sido causada por el golpe de un objeto contundente.
De esta forma concluyó la vida de un médico excelso, de un maestro de lo hermético, que se había propuesto ayudar a los hombres, incluso a su pesar. Ciencias como la homeopatía, la terapia medicinal o la diagnosis, por no mencionar sus geniales estudios sobre la psique humana, fueron algunos de los legados que dejó a la humanidad aquella figura perspicaz e intuitiva. Aquel hombre insigne que siempre se manifestó libre de la contaminación de la ignorancia y de la desidia del espíritu.