«Así pues, con el consentimiento de mi esposa Perenelle, y llevando conmigo el resumen de estas figuras, tomé el hábito y el bordón, como puede verse en el exterior de este mismo arco en el que sitúo estas figuras jeroglíficas dentro del Cementerio; y donde también he puesto, a uno y otro lado de la pared, una procesión en la que figuran ordenadamente todos los colores de la Piedra, con esta leyenda en francés: "Moult plaist a Dieu procession, S'elle est faite en devotion" (Mucho complace a Dios la peregrinación, si se hace devotamente).»
Convencido de que ha tomado el buen camino, Flamel se pone en marcha hacia Compostela, en donde habrá de culminar su promesa. Ya de regreso, y según él mismo cuenta, encontró en León a un mercader francés, el cual, tras conocer el trabajo de Flamel, le presentó a un médico judío, hombre de gran sabiduría que se había convertido al cristianismo. Al ver el resumen de las figuras que Flamel llevaba consigo, el judío converso se mostró entusiasmado, ya que daba por perdido para siempre el manuscrito original que posee el peregrino.
Tras largas conversaciones, el recién conocido acepta acompañar a nuestro futuro alquimista a lo largo del camino, hasta llegar a París. En el largo trayecto le va descifrando el significado oculto de cada una de las figuras jeroglíficas que componen el manuscrito. Pero, desgraciadamente, el sabio acompañante muere al llegar a la ciudad de Orleans, un hecho infortunado que aflige notablemente a Flamel. Éste continúa su camino y llega sin novedad a París, en donde le estaba esperando ansiosamente su fiel esposa Perenelle.
Es necesario que antes de seguir adelante hagamos una aclaración sobre lo que significa esta supuesta peregrinación a Compostela. Ella no es otra cosa que una alegoría del camino iniciático que ha de emprender todo aquel que desee llegar al. Conocimiento.
Fulcanelli, al referirse a esta figura del esoterismo alquímico y a su hipotético viaje, dice lo siguiente en sus Moradas filosófales, con todo el rigor y la profundidad que pone en sus obras:
«Estas sugestiones ayudan a comprender el error en el que gran número de ocultistas han caído, tomando el sentido literal de narraciones fundamentalmente alegóricas, que se han escrito con la intención de enseñar a unos lo que es necesario que otros ignoren. Estudiosos como Albert Poisson cayeron en esta trampa. Creyó este autor que Nicolás Flamel había abandonado a su esposa, Dama Perenelle, a sus amigos y su trabajo, y que había realizado a pie, a través de España, el voto formulado ante el altar de Saint-Jacques-la-Boucherie, que era su parroquia.
»Pues bien, nosotros certificamos –y puede confiarse en la sinceridad de nuestras palabras – que Flamel nunca salió de su casa, ni abandonó su laboratorio. Todos los que saben lo que significa el atuendo del peregrino a Compostela sabrán también que decimos la verdad.»
Y sigue diciendo Fulcanelli que todos los grandes maestros herméticos hacen constar en su biografía esa peregrinación a Compostela que no es más que un símbolo. «Todas las efigies de Flamel –continúa aclarando Fulcanelli – lo representan como peregrino. De esta guisa figuraba en el pórtico de la iglesia de Saint Jacques-la-Boucherie, y también en el de Sainte Genevieve-desArdents. Con idéntico atavío se hizo representar en el arco del cementerio de los Inocentes.»
Según Fulcanelli, el Diccionario Histórico, de Louis de Moreri, cita un autorretrato de Flamel en el que también aparece revestido con ese atavío de peregrino por el que sentía un gran afecto. Pero en este retrato, el gorro con el que el alquimista se toca la cabeza tiene tres colores: negro, blanco y rojo; colores que se corresponden con las tres coloraciones de las fases principales de la Obra.
En resumidas cuentas, todo parece demostrar que, como asegura Fulcanelli, el peregrinaje de Nicolás Flamel no fue más que una pura alegoría, «una ficción muy hábil e ingeniosa de la labor alquímica a la que se entregó aquel hombre caritativo y sabio». La peregrinación, en el sentido esotérico, es el largo camino que se ha de emprender para llegar al final afortunado de la Gran Obra. Se trata de un camino muy difícil, penoso y lleno asechanzas y numerosos peligros. En este sentido, la Compostela emblemática a la que se refiere Flamel, al igual que otros muchos iniciados, no se encuentra en la Galicia hispana, «sino en la propia tierra del sujeto filosófico». Lo que quiere decir que es necesario hacer el auténtico viaje por dentro de uno mismo, y no por fuera.