Vemos, pues, que si bien Nicolás Flamel había logrado una fortuna más que considerable, siguió viviendo de forma modesta –cosa, por lo demás, propia de todo verdadero alquimista –, lo que le permitió marginar suspicacias y envidias, dejando que transcurrieran pacíficamente los abundantes años que aún le quedaban por vivir. Cuando finalmente murió en el año 1417, a la edad de ochenta y siete años (obsérvese la longevidad de la mayoría de los alquimistas y maestros herméticos, teniendo en cuenta, sobre todo, la corta esperanza de vida existente en aquellos años), donó todos sus bienes a la parroquia a la que pertenecía: Saint-Jacques-la-Boucherie.
Y es a partir de ese momento cuando se inicia la leyenda sobre el hombre que había sido un ejemplo de la honradez del alquimista y del maestro esotérico, algo muy parecido a lo ocurrido tras la muerte de Raimundo Lulio.
Entre las anécdotas –supuestamente legendarias – que se pueden contar al respecto, está el caso del médico francés Paul Lucas, que llevó a cabo varios viajes oficiales a Oriente, a principios del siglo XVIII, y que refiere en uno de sus libros que en un monasterio de Turquía tuvo ocasión de encontrarse con un sabio derviche que le aseguró haber estado, hacía poco tiempo, con Flamel y su esposa Perenelle. Del mismo modo, el enigmático conde Saint-Germain afirmaba haber conocido al alquimista.
Como conclusión a esta reseña biográfica de Nicolás Flamel, y dejando las anécdotas más o menos fabulosas a un lado, lo cierto es que constituye una figura de suma importancia y trascendencia en el mundo del esoterismo alquímico. Como antes dijimos, parece confirmado que más de trescientos años después de su muerte se seguían repartiendo donativos y limosnas que se decían procedentes de las rentas de sus propiedades. Por otro lado, su fortuna puede constituir una incógnita dificil de resolver, pero existen demasiadas pruebas que avalan que este humilde escribano tuvo la oportunidad singular de poder acceder a la Gran Obra.