Al abandonar a su esposo, huye, primero a Constantinopla, después a Egipto, en donde recibe su primera iniciación de manos de un musulmán que gozaba de gran fama por los conocimientos de ocultismo que atesoraba.
De Egipto pasa a París, y de allí a Estados Unidos, México e India. Finalmente recala en Londres.
Es en esta última ciudad en donde traba conocimiento con «uno de los personajes más misteriosos del siglo», Kut Humi Lal Sing.
Este individuo va a influir notoriamente en su trayectoria personal, será «el Maestro», como ella le llamará respetuosamente en adelante, y representará un elemento fundamental en la creación de la teosofia. A partir de ese momento -y es muy posible que gracias a la influencia de este enigmático personaje- la Blavatsky se convirtió en una mujer llena de un conocimiento sorprendente. Al mismo tiempo empezó a canalizar de forma eficaz las facultades psíquicas de que siempre había dado muestras.
Reanudó sus viajes, esta vez de nuevo hacia América y, posteriormente, a Japón India y Tibet. En 1858 la encontramos de regreso en su Rusia natal. Para entonces, y a pesar de que sólo contaba veintisiete años, su figura inspiraba un gran respeto como persona conocedora de los secretos del ocultismo. Pero su innata curiosidad por lo misterioso la llevó al Caucaso, en donde compró una pequeña propiedad en medio de un bosque, dedicándose a frecuentar a todos los brujos y curanderos de la región.
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