Tritemo fue nombrado abad del monasterio de san Jacobo, en la floreciente ciudad de Wurzburgo, y allí permaneció el resto de su vida escribiendo sus famosos tratados de ocultismo y alquimia. No se sabe si llegó a conseguir la piedra filosofal, pero en sus libros habla de cómo se pueden realizar transmutaciones, si se emplea el método adecuado.
Para él, la piedra filosofal no es otra cosa que un principio universal, el espíritu del mundo, spiritus mundi. Este principio, que parte directamente de la divinidad, lo penetra todo y en todo está presente. Dios deja de estar en los cielos, para impregnar toda la Creación. Una de las características de Tritemo era la sencillez, la humildad, que, como ya hemos visto, es patrimonio de los verdaderos maestros esotéricos. Muchos de sus libros están escritos de una forma muy peculiar, lo que le permitía manifestar pensamientos muy profundos de forma aparentemente inofensiva.
Tritemo tuvo muchos seguidores en el mundo de lo esotérico. Ocultistas y alquimistas estudiaban sus tratados con fruición. Su influencia fue notable en figuras como Paracelso y Agripa. Precisamente a este último le hizo una advertencia muy clara, tras la lectura que había hecho de su obra De la filosofía oculta: «No me queda más que daros un consejo, que espero que no olvidéis jamás: No habléis con el vulgo más que de cosas vulgares. Guardad para vuestros amigos los secretos más elevados. Dad pienso a los bueyes y azúcar a los loros. Espero que comprendáis lo que os digo, si no queréis que os pisoteen los bueyes, como suele suceder por desgracia».
Una vez más, el sabio esotérico y ocultista insiste en que no es conveniente descubrir lo oculto más que a los auténticos compañeros de viaje. A su manera repite lo que en el romance dice el marinero a aquel que le pide, desde la orilla, que le enseñe la hermosísima canción que le oye cantar desde el barco: «Yo no digo mi canción más que a quien conmigo va».