De esta forma, y al cabo de no mucho tiempo, Tritemo logró sanear la ruinosa economía del monasterio y obtener algunos beneficios con los cuales amplió la abandonada biblioteca. Esta mejora llegó al punto de que en 1503 el monasterio contaba con varios miles de volúmenes, cosa inusitada para la época. La fama del monasterio y del propio abad había alcanzado tal grado, que eran muchos los viajeros que venían hasta allí para conocer al uno y al otro. Reyes y emperadores enviaban a sus emisarios hasta el antes arruinado enclave para conocer de primera mano la erudición del abad Tritemo. Según cuentan las crónicas, el emperador Maximiliano le llamó en 1482 a su corte, a fin de que le orientase en su nuevo matrimonio. Poco tiempo hacía que la antigua emperatriz había fallecido en un accidente, y el emperador quería contraer nuevas nupcias. Envuelto en la duda, solicitaba el consejo de aquel hombre sabio.
Tritemo acudió a la corte imperial y, de acuerdo con la leyenda, hizo que el emperador invocase el espíritu de la emperatriz fallecida, para que fuese ella misma quien le aconsejase la nueva novia. Al concluir su conjuro, apareció la bella emperatriz, Maximiliano no pudo contener su emoción y se lanzó a abrazar a su antigua esposa. Pero, en cuanto abandonó su círculo mágico, cayó como fulminado por un rayo, al tiempo que la imagen de la reina fallecida se volatilizaba por entero. Mas ésta había tenido tiempo de pronosticar algunos acontecimientos y de designar a la que había de ser su sucesora.
En plena madurez, corría el año 1506, Tritemo se vio obligado a abandonar su abadía para acudir a la corte de un príncipe palatino que requería también sus servicios. En aquel palacio tuvo que permanecer mucho más tiempo del que había esperado, al caer presa de una grave enfermedad. Jamás volvería a su amado monasterio y a su biblioteca de Sponheim, en donde sus monjes se habían rebelado contra él, deseosos de tornar a una vida menos rigurosa que la impuesta por el sabio y exigente abad.