Sinesio forma parte de la «escuela esotérica de Alejandría», al igual que, Zósimo y María.
Se sabe que nació alrededor del año 365, en una ciudad de Libia, Cirene. Muy joven todavía, Sinesio abandonó su ciudad natal para dirigirse a Alejandría, atraído por la fama de una mujer que, según se decía, enseñaba la filosofía platónica con gran sabiduría. Tal mujer, de nombre Hipatia, había de ejercer sobre el joven Sinesio una marcada influencia, hasta el punto de que cuando éste empezó a redactar sus primeras obras las sometió por entero al juicio de su maestra.
Pero además de los estudios filosóficos, Sinesio empezó a interesarse por la ciencia hermética. Creyendo que en Atenas encontraría a los más grandes sabios de la época, allí se trasladó. Pero en aquella ciudad descubrió con hondo pesar que los filósofos de antaño habían desaparecido casi por completo, y que la urbe que en un tiempo iluminara con su sabiduría al mundo se había convertido en un lugar sin interés, en el que solamente se podían encontrar mercaderes ramplones.
Instalado nuevamente en su ciudad natal, y tras algún tiempo de trabajo en soledad, Sinesio fue comisionado por sus conciudadanos para que informara al emperador del estado de abandono en que se encontraba su ciudad de origen. En Constantinopla se quedó varios años, y se convirtió al cristianismo. En Alejandría contrajo matrimonio y allí fue elegido posteriormente obispo de Tolemaida.
De Sinesio se conservan varias obras de corte esotérico, entre las cuales se encuentra un texto sobre los sueños. Y precisamente se halla basada en este mundo de los sueños una de las anécdotas, de índole marcadamente sobrenatural, que se cuentan de él.
Al parecer tenía Sinesio un amigo, filósofo hermético como él, al que el obispo intentaba infructuosamente convertir al cristianismo. Finalmente, este colega de Sinesio, de nombre Evagro, terminó convirtiéndose, pero no sin antes pedirle al bueno del obispo un favor muy especial. Se trataba de que repartiese entre los pobres una suma de oro nada despreciable que él le daría. Pero Sinesio había de comprometerse con una especie de singular recibo a que, a cambio de tal limosna, Jesucristo habría de concederle una mayor recompensa en el otro mundo. Esto era algo que Evagro no lograba comprender muy bien, pese a la insistencia de su amigo. Y, por supuesto, debía ser un hombre sumamente práctico al exigir que se le garantizase tal recompensa por escrito.
Sinesio cumplió el doble encargo de su amigo, y no volvió a prestar más atención al asunto. Al cabo de algunos años murió Evagro, quien en su lecho de muerte pidió a sus hijos que le enterrasen con la promesa escrita de puño y letra del obispo. Pocos días después de su muerte, se le apareció en sueños a Sinesio, al que informó que ya no se le debía nada, pues había recibido cumplida recompensa. Insistía en que si se abría su tumba, se encontraría entre sus manos el recibo de Sinesio pero, ahora, con una nota del propio Evagro que ratificaba la recompensa recibida en el otro mundo. Como Sinesio no lograba salir de su asombro, pidió autorización a los hijos del fallecido para que se abriese la tumba y poder comprobar de este modo la veracidad de lo que su amigo le había revelado en sueños. Se abrió, pues, la tumba y para asombro de todos se encontró que el cadáver de Evagro tenía en la mano el escrito del obispo, con una nota del propio fallecido en la que se hacía constar que nada se le debía ya, pues había recibido en el otro mundo ciento por uno.
Esta historia referida al obispo Sinesio enfatiza la importancia que ya se concedía en el mundo esotérico alejandrino en aquella y a la que algunos investigadores dedicarían atención siglos más tarde.