Al referirse a este período de la vida de Lulio, el autor de la Historia de la filosofía hermética, Lenglet du Fresnoy, asegura que Raimundo Lulio todavía se hallaba en Viena cuando recibió cartas de Eduardo, rey de Inglaterra, y de Roberto, rey de Escocia.
Estos dos monarcas deseaban conocer al sabio del cual se hablaba en toda Europa. Lulio, entonces, no tuvo inconveniente en trasladarse a Inglaterra para atender el deseo del rey. Allí realizó la transmutación ya comentada y a la que Fresnoy se refiere en estos términos: «El rey Eduardo, sintiendo más curiosidad por ver el cumplimiento de las promesas del filósofo que por cumplir con la palabra dada, hizo que le dieran una estancia en la Torre de Londres».
Raimundo se puso a trabajar y produjo para el rey seis millones en oro, lo cual podía representar unos doce millones del valor de la moneda de aquellos tiempos, en los que el marco de oro valía sólo cuarenta y cuatro libras.
Con ese oro se hicieron entonces los «Nobles de la rosa», algunos de los cuales pesan hasta diez ducados, lo cual representa cien libras de nuestra moneda corriente. Todos aquellos que han examinado esas piezas tan curiosas y buscadas en Inglaterra reconocen que son incluso de un oro más perfecto que el de los Jacobos y otras monedas antiguas de oro de ese tipo.
Hay una inscripción que las distingue, y que muestra que tales piezas fueron hechas por una especie de milagro. Pero tanto de su labor alquímica y transmutatoria como del resto de sus andanzas en la corte inglesa no se dispone de documentos que resulten fiables.
Siguen los viajes por Túnez, Chipre, Rodas y Malta. En Túnez disputa con sabios musulmanes, lo cual motiva que sea encarcelado y finalmente expulsado. En el año 1290, cuando ya está cerca de convertirse en sexagenario, visita al papa Nicolás IV para convencerle de sus ideas, pero no tiene éxito.
En 1300 se encuentra nuevamente en Mallorca. Para entonces es todo un sabio ocultista, un cabalista consumado, un alquimista que conocía los secretos de la Gran Obra.