La Edad Media europea se aleja mucho de ser –al menos, en varios planos del saber – la época de tinieblas y oscurantismo de la que tanto se ha hablado.
Tras el hundimiento del Imperio romano y las posteriores invasiones que removieron los cimientos de Europa, la influencia de las ciencias y las artes tan cultivadas en el mundo árabe llega a todo el Occidente, a través de España y de las Cruzadas, y ofrece una nueva y desconocida dimensión al conocimiento y a la investigación de otros planos de la realidad.
Las más grandes figuras del pensamiento occidental no marginan en absoluto las llamadas «ciencias secretas», sino que por el contrario las cultivan con entusiasmo y profundizan en su conocimiento. La alquimia, la astrología y el conocimiento de lo oculto atraen a todas las grandes mentes del medioevo, algunas de las cuales habrán de pagar cara su osadía.
Uno de los primeros en padecer los rigores del poder –más eclesiástico que civil – fue el sabio Michael Escoto, que en la primera mitad del siglo XIII fue astrólogo del emperador Federico II. Su arte de nigromante fue tan grande que llegó a dar miedo a sus contemporáneos. Escoto era, sin embargo, una mente inquieta e investigadora; escribió múltiples libros sobre ocultismo; tradujo a uno de los más grandes sabios árabes, Avicena, que descubrió y reveló un estudio del alma humana partiendo de la observación de los aspectos del rostro, y compuso una serie de obras sobre la interpretación de los sueños y las propiedades de las plantas. Su traducción de obras de Aristóteles le dio también notable fama.
Pero Escoto, si bien era considerado por muchos como un gran sabio, no podía eludir su fama de mago. En buena medida él mismo contribuyó a ganársela, porque no se privó de escribir sobre temas proscritos. Hablaba de cómo las brujas realizaban sus rituales nefastos para atraer a los demonios, y pormenorizaba las manipulaciones odiosas que llevaban a cabo para conseguir sus fines mágicos. Naturalmente, Escoto tenía enemigos. Y éstos no se callaron. Si llegó o no a realizar él mismo aquellas obras de las que hablaba, es algo que está por saber. Lo cierto es que fue desterrado de por vida. Claro que siempre es mejor el destierro que la hoguera.
El siglo XIII europeo vio la luz de grandes lumbreras del saber. El medievo estaba en su cenit y, paralelamente, surgían estrellas relumbrantes en el firmamento del esoterismo como Alberto Magno y Roger Bacon.