Para quienes aceptan sin dudar la existencia del mítico continente, la Atlántida constituía una especie de confederación de diez reinos que, si bien eran autónomos, mantenían una estrecha alianza entre ellos en el plano militar y defensivo. También en cuestiones de tipo penal y jurídico se necesitaba la aprobación mayoritaria de los dirigentes de todos los reinos para tomar una decisión importante. Ésta al menos era la idea que de su sistema político daba Platón quien, al parecer, tenía un alto concepto de la integridad y evolución moral de sus habitantes.
El relato de Platón ha constituido sin duda el elemento más estimulante para que, a lo largo de los siglos, autores de todas las nacionalidades se hayan ocupado en demostrar, o rechazar, la existencia del mítico continente. Entre los primeros no hay que excluir a todos aquellos que «inspirados» por visiones de corte mediúmnico se esfuerzan no sólo por fundamentar el hecho histórico de la Atlántida, sino que detallan con auténtico realismo la vida, costumbres y demás pormenores de sus habitantes. Por poner un ejemplo, citemos el caso de Ignatius Donelly quien, en 1882, publicó una de las primeras obras sobre el tema. Donelly se sentía intrigado por el hecho de que tanto el antiguo Egipto como ciertos pueblos mesoamericanos mostraran notables similitudes culturales y arquitectónicas. Egipcios y mayas, por ejemplo, daban similar tratamiento a sus muertos, y ambos poseían notables conocimientos astronómicos. La construcción de pirámides era también un rasgo común, por no mencionar otros paralelismos en el ámbito de la lingüística e, incluso, la toponimia. Donnelly afirmaba que tales parecidos se debían al hecho de que la cultura de la Atlántida se había extendido, por igual, hacia el Este y el Oeste, cuando se produjo el hundimiento del continente.
Otros notables defensores de la Atlántida fueron Madame Blavatsky* y Edgar Cayce*. La primera consideraba al mítico continente como la cuna de una cultura muy avanzada y de prolongada existencia. En cuanto al segundo, no se paraba en barras a la hora de perfilar un relato sumamente detallado de las costumbres del pueblo atlántico, cuyo imperio situaba en las Indias Occidentales.
Por el contrario, en la lista de los que niegan obstinadamente la existencia de la Atlántida, hay que destacar al profesor J. Luce quien en su obra El fin de la Atlántida afirma que la descripción hecha por Platón del continente desaparecido guarda una curiosa semejanza con la Creta minoica, desaparecida a causa de la catastrófica erupción del volcán Santorín.
Sea como fuere, la hipotética existencia histórica, o la probable leyenda, fraguada en tomo al misterioso imperio de la Atlántida, sigue haciendo correr auténticos ríos de tinta, especialmente en el ámbito de lo esotérico.