Una historia singular que devela nuevos paradigmas, muy concretos, que se descubre, día a día, de otra manera a través de la arqueología y la historia de hace más de 30 mil años, en investigaciones permanentes en Europa y Asia.
Hilándose con más formas y figuras redondeadas, testigos silenciosos, presentes ahora de otras maneras de convivencia de hombre y mujer sobre la tierra.
Uno de los vestigios más concretos de la cultura matrística y quizás el más antiguo, es la Venus de Willendorf, encontrada en la Europa antigua, específicamente en Austria, pequeña figurilla de arcilla de unos diez centímetros de tamaño, guardada en la actualidad en el Museo de Viena. Se sitúa su fecha de creación en dos versiones, hace cerca de 20 mil años, mientras otros afirman que tiene cerca de 33 mil años.
Sus formas voluminosas, vientre, caderas y pechos amplios y generosos, el destacar su vulva, la conectan con el aspecto de fertilidad de la madre tierra, dadora y quitadora de la vida. Incluso, su no rostro alude a este poder de partogénesis, creador, nutridor y regenerador de la mujer, como su característica principal, repetida desde siempre y que es su fuerza primigenia, fuente de la creación y de la vida, surgido desde las aguas primordiales, entre el caos y la oscuridad de los primeros tiempos.
Ella es la representante de la naturaleza y su cuerpo es la Tierra misma, de la cual emanan todos sus esplendores creativos en sus diversos aspectos y formas conectada con las distintas fases y los ciclos o estaciones de producción de la tierra. Era el principio femenino como símbolo primordial del milagro de la vida. Era el culto a la fertilidad - al nacimiento, a la vida y a la muerte - la principal religión de adoración a la diosa.