Jaime Hales
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Cada una de las cartas contempla una relación con los cuatro elementos fundamentales: Fuego, Tierra, Aire, Agua; tiene una parte: emocional, mental, material, espiritual; también considera cuatro acepciones o sentidos propios de cada carta: dinámico, pasivo, trascendente, íntimo.
Esta combinación debe ser vista ser en relación con los múltiples significados que pertenecen a cada carta. Así, las cartas del Tarot se nos abren como un pozo de enorme profundidad y sabiduría. Por ello, no es sencillo decir qué significa una carta, si acaso no se la ve en relación con las otras, como en relación a la pregunta que formula el consultante. Podremos hacer con ellas una lectura, pero ésta podrá ser superficial o profunda según las condiciones, el conocimiento y las dotes del lector y la comunicación del tarotista con el consultante, entre otras variables.
En esta visión del Tarot, es importante el proceso de aprendizaje. Hasta hace pocos años, el estudio se hacía mediante la lectura de libros o en espacios de privacidad. El secreto, si bien protegía, también permitió que "cualquiera" ocupara los instrumentos esotéricos y que las personas se presentaran como lectores de oráculos o, maestros. Y eso, por cierto, implica riesgos para el consultante y su entorno, sin olvidar el daño general que produce al mundo esotérico que personas no suficientemente serias y preparadas asuman labores profesionales en este delicado ámbito.
Hoy existen escuelas públicas de tarot en las que es posible acceder a una enseñanza sistemática y completa. Una buena formación reclama fundamentos culturales sólidos, y experiencia en el propio desarrollo interior. Este esfuerzo debe ser cuidado, a partir del convencimiento que no basta con las condiciones naturales, sino que es preciso profundizar en una mirada doblemente intelectual y espiritual.
En mi visión, el Tarot es un libro maravilloso, cuyas posibilidades no han sido calculadas. Debe ser respetado y puesto al servicio de lo mejor de las personas.