La razón de lo anterior podría hallarse en un hecho poco observado hasta ahora pero que se refiere justamente a la dinámica energética que se da tanto en la práctica espiritual como en la sexual. La experiencia demuestra que ambas difieren, ya que mientras la primera apunta a la concentración de fuerzas y energías, la segunda a relajarlas y disiparlas. Esto es algo evidente en la práctica para cualquier persona, ya que después de consumado el acto sexual sobreviene un estado de cansancio y sueño, donde las fuerzas del organismo decaen naturalmente.
El orgasmo en este caso no es más que una descarga de energía, que el cuerpo tendrá que recargar en mayor o menor tiempo. De ahí entonces proviene el problema de la frecuencia y de la potencia, en especial en el caso del hombre. Cuando éste es joven, la frecuencia puede ser alta sin que el organismo se resienta demasiado. Empero al pasar los años, esta capacidad decae y el hombre se cansa más.
Lo anterior es importante para entender la dicotomía entre cuerpo y espíritu, porque implica que el sexo puede ser hasta cierto punto un obstáculo para las actividades que requieren un máximo de energía y concentración. A modo de ejemplo se puede citar a los deportistas de alto rendimiento, que en períodos previos a las competencias se privan de tener relaciones sexuales para conservar al máximo sus capacidades físicas y de destreza competitiva.
La experiencia indica que a la larga la abstinencia también tiene sus inconvenientes. Los deseos sexuales reprimidos no desaparecen, sino que permanecen en la sombra, produciendo muchas veces estados psicológicos negativos que pueden llegar a ser peores. Eso conlleva mucha frustración y es la base del "odio al sexo" que algunas personas con ideales espirituales o ascéticos profesan. En ellos es posible apreciar de la forma más nítida la dicotomía sexo-espíritu, originada por la no conciliación de ambas tendencias.