En el último tiempo se ha comenzado ha hablar insistentemente sobre los métodos extraídos de las tradiciones tántricas y taoístas implicados en una visión trascendente de la sexualidad. En el hombre y la mujer actual existe un interés creciente por conocer y explorar más las múltiples posibilidades de realización y crecimiento latentes en el sexo.
Para comprender a fondo lo que estas culturas milenarias nos proponen, es conviene profundizar primero en la tradición sexual de occidente, ya que de ella proviene nuestro origen y su conocimiento nos dará una comprensión de nuestra cultura y nuestros valores en el presente.
La tradición sexual de occidente hunde sus raíces en la historia, desde los griegos y el desarrollo de la razón, pasando por el cristianismo y la sociedad medieval, hasta la época moderna y posmoderna en la que hoy vivimos. En todas estas épocas se puede afirmar que, a diferencia de oriente, no existió una disciplina como la sexología, que se ocupara de estudiar a fondo los misterios y las posibilidades del sexo1. Lo sexual ciertamente no ha sido considerado un aspecto de la vida digno de estudio y discusión, sino más bien algo que se dejaba para la trastienda –o el dormitorio- ante lo que era preferible callar.
En la formación de la mentalidad occidental tomó mucha fuerza el dualismo, que rápidamente se transformó en dicotomía entre opuestos irreconciliables. Espíritu y alma por un lado, y la materia y el cuerpo por otro. Debido a consideraciones religiosas, el cuerpo y la materia se identificaron con el mal y el pecado, mientras que los aspectos relacionados con el bien se identificaron sólo con el alma. Las tentaciones que apartaban a un hombre del bien, por lo tanto, provenían de los placeres o deseos de la carne, dentro de los cuales los de índole sexual eran los más peligrosos.