Esta época de fin de año suele ser un periodo en el que inevitablemente nos vemos envueltos en la vorágine de fin de año. Por alguna razón, se juntan una gran cantidad de celebraciones y compromisos, todos difíciles de eludir, asociados al término del calendario. Graduaciones de los niños, bodas, cenas laborales, el infaltable amigo/a secreto/a, despedidas, celebración de la navidad cristiana, hanuka por los judíos, por mencionar algunos. Todos ellos asocian la natural necesidad de compartir en forma fraterna y filial con el intercambio de algún tipo de regalos.
Sin embargo, por lo general, terminamos haciendo más de lo que hubiéramos querido. Asistimos a más compromisos de los que nuestra agenda nos permitía y en muchos casos, por presión social, terminamos haciéndonos presente por medio de algún regalo, mas allá de lo razonable para nuestro presupuesto.
Estas fechas, especialmente el periodo posterior, invitan a la reflexión y al recogimiento y, al necesario balance que nos permite evaluar el saldo en cuenta corriente que definirá si podremos salir de vacaciones y adonde iremos.
Estos días, también ofrecen una inmejorable oportunidad para meditar sobre el sentido de nuestras vidas y en particular de nuestra vida en sociedad, ya que la promesa inicial de intercambiar sencillos presentes termina convirtiéndose en una larga e interminable lista de regalos y regalos que finalmente suman una suma estratosférica.