Por consiguiente, comenzaré este libro con una desmentida: no creo que nadie conozca totalmente o pueda jamás conocer totalmente, los procesos que dan cuenta del cambio personal y social dentro o fuera de la terapia. Más bien pienso que las tentativas de la ciencia social por comprender el cambio suministran innumerables modelos parciales del proceso terapéutico, que con suma frecuencia se desdoblan en disyuntivas del tipo "o bien... o bien...", en las que se sostiene que sólo una de las partes de esta dualidad es verdadera, correcta o más útil que la otra
Este modo de establecer distinciones es el que da origen a las contiendas entre la orientación individual y familiar del tratamiento, entre las intervenciones vivenciales y estratégicas, entre las epistemologías lineales y recurrentes, entre la teoría y la práctica, entre las perspectivas estética y pragmática, etc. Mí propósito es demostrar que muchas de las distinciones sobre las cuales discuten los terapeutas son en realidad las dos facetas de una relación complementaria. En el sentido más general, mi finalidad es revelar las pautas que conectan ambas facetas. El hilo que recorre la trama de mis ideas procura tender un puente entre dicotomías que durante demasiado tiempo se consideraron opuestas
He iniciado este libro con el ejemplo de Carlos Castaneda como oportuno recuerdo de la facilidad con que caemos en la trampa del "o bien... o bien...''. No es menester que nos auto limitemos preguntándonos: "¿Son reales nuestras descripciones de la experiencia?" o bien: "¿Son invento nuestro?" Mucho más fascinante y amplia es esta otra pregunta: "¿Cómo hacemos para que converjan diferentes perspectivas, ya se trate de la realidad y la ficción, la comprensión formal y la acción práctica, o un problema y su cura?"
Interesa destacar que por la misma época en que se publicaron los relatos de Castaneda, otra figura adquiría renombre y comenzaba a ser respetada en el mundo de la psicoterapia. Dio la coincidencia de que viviera en la misma región geográfica en que Castaneda descubrió a su mentor -coincidencia que llevó a algunos clínicos a hacer la broma de que, en realidad, don Juan era el nombre, ficticio de este magistral terapeuta: me refiero a Milton H. Erickson.
He aquí un ejemplo del estilo de Erickson:
Milton estaba trabajando con un alcohólico que había sido un héroe en la Primera Guerra Mundial, y que vino con un álbum de fotografías suyas y recortes de periódicos. Ahora era un borracho empedernido y quería curarse de eso. Le mostró el álbum a Milton quien lo tomó y lo arrojó al canasto de los papeles, diciéndole "esto, no tiene nada que ver con usted". Conversaron un rato, y luego Milton le preguntó cuál era su modo habitual de iniciar las francachelas. Bueno -respondió el hombre- pido dos vasos grandes de whisky, me bebo uno y lo acompaño con una cerveza, me bebo el otro y lo acompaño con otra cerveza y entonces ya estoy listo". "Muy bien le contestó Milton, cuando salga de este consultorio se irá al bar más próximo y pedirá dos vasos de whisky; cuando se haya mandado el primero dirá: "Se lo dedico a ese bastardo de Milton Erickson, para que se atragante con sus propias escupidas". Cuando termine el segundo, dirá: "Se lo dedico a ese bastardo de Milton Erickson, para que se pudra en el infierno Buenas noches". (Citado en Bateson y Brown, 1975, pág. 33).