Verano: Una historia de congestiones
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"…Para variar nos tocó que de los escasos 10 días de descanso ya iban más de 5 días sin una pizca de sol. Estaba dispuesto a esperar lo necesario para que la familia por fin aprovechara el único día soleado, pero la cola asomaba más allá de la segunda curva.
El sol no dejaba de arreciar y pese a la brisa marina, el calor de los motores se hacía cada vez peor. Apagaba y prendía el motor, y solo 5 metros de avance. La pista caletera,…¡Ni pensarlo! la quebrada se había comido un metro hacia adentro, y corríamos riesgo de caer directo al estero.
Creo que pasaron más de 50 minutos de cola, hasta que por fin llegamos a la bendita playa. ¡25 minutos para encontrar un estacionamiento! La gracia costó $1.000 pesos y además quedaba a tres cuadras laaaargas de la bajada de la playa. Al fin llegamos como a las 5 de la tarde y no había ni medio centímetro de arena para poner la toalla. Tuvimos suerte y una familia numerosa, todos rojitos de sol abandonó un espacio justo en el borde casi al lado de los jugadores de paleta.
Al menos veíamos las olas y la música del kiosco, a todo volumen casi ni se oía. Mis hijos se abalanzaron sobre las toallas y raudos se sacaron las poleras. Sin saber cómo ya estaban extraviándose entre los niños que se revolcaban con el reviente de la ola y se me perdían de vista a cada rato. Más de diez pelotazos nos llegaron antes de poder movernos unos dos metros hacia el mar de gente dentro de la playa.
Corrimos todos los bolsos, el quitasol que daba ya una sombra más larga y nos quedamos al lado de una viejas que pelaban a toda la parentela a grito pelao. Que agotador entre paseos para no perder de vista a los niños y las quejas pelambreras de las vecinas, se me olvidaba que estaba de vacaciones y me venía el dolor de cabeza tensional otra vez. Ni hablar de cómo tenía la toalla, a cada rato pasaban niñitos de todas las edades chorreando agua salada sobre la toalla y salpicando mientras corrían para no quemarse los pies. Mi señora se encremaba y yo aburrido de tanta batahola, a cada rato miraba el reloj y ni se pasaba la hora.
No sé que pasó pero de repente se me fue borrando la playa y cuando volví a ver las olas el sol estaba bajando. Los niños ya estaban vestidos y les tiritaba la pera de tanto baño de mar. Yo estaba tieso y me ardía toda la espalda, las piernas y una de las orejas estaba hirviendo…Para colmo no podía sentarme en el auto por el dolor y mi señora tuvo que manejar de vuelta. ¡ODIO EL LITORAL CENTRAL, ODIO LAS AGLOMERACIONES DE GENTE, ODIO ESTAS VACACIONES!