Aunque me he alejado lo máximo posible del ambiente que rodea a un accionista mayoritario como yo, todavía hay reuniones a las que tengo que asistir. Pero ahora lo tomo como un juego, una especie de rito en que anudo la corbata, me afeito, y dispongo mi mente para los comentarios triviales que abundan al igual que las corbatas.
Después de los palmetazos en la espalda y los "cómo te ha ido hombre" nos sentamos alrededor de la mesa, para tomar algunas decisiones sobre la empresa entre trago y trago de whiskey.
Nadie sospecha que me da absolutamente lo mismo lo que se decida, que estoy en otra, disfrazado del de antes. Así que ahí estoy callado, mirándolos como si escuchara, pero concentrado en percibir su aura.
Por ejemplo, el guatón Errázuriz que está en este momento hablando de cómo sustraerse a la crisis continental, tiene en su aura los colores del arcoiris Y Perelmann, que abre la boca como para hablar pero no se decide a hacerlo, tiene un aura medio amarillenta. ¿Tendrá algo que ver la filiación política? Me decido a averiguarlo pero tras un par de whiskies los colores se me mezclan y además sin quererlo me estoy interesando en la discusión. Me vuelve esa especie de picazón en los labios, como que quiero hablar, y me reprimo todo lo que aguanto hasta que exploto con la lengua algo traposa:
"Amigos, un minuto de atención" Las voces se van acallando hasta que el silencio es total. Todos me están mirando. Completamente inspirado comienzo: "Si, es verdad. Estamos en una profunda crisis y si no hacemos algo ahora, iremos cuesta abajo como la mayoría. Pero ¿vamos a lograr algo con las palabras, o con los gritos o las estadísticas? No. Porque el cambio parte desde el interior de cada uno de nosotros, y si no sabemos mirarnos, no sabemos ver"
Acto seguido, me levanté y repartí a cada uno un folleto con un mantra. Mi equilibrio no era el óptimo y estuve dos veces a punto de caer, lo que suscitó algunas risas.
Ya de vuelta en mi asiento comencé con la oración. Estaba seguro de que los tenía cautivados, por eso me sorprendió no escuchar un coro sino mi pura voz solitaria. No me avergüenza admitir que sentí húmedos los ojos, es que estoy tremendamente conectado con mis emociones.
– "Katherine, tráigale un café a Subercaseaux por favor"- fue lo último que escuché.