Contando estas historias en las conferencias que he impartido durante 15 años, muchas veces me han dicho con ojos iluminados de expectativa, "entonces... daba gusto estar enfermo... te cantaban, te contaban cuentos, veías bellas bailarinas danzando... comías riquísimo..."
Hace unos años en Chile atendía una señora que estaba en medio de un ciclo de quimioterapia. Nuestra propuesta incluía sesiones de relajación con música y sonido del agua, algunos movimientos para desbloquear tensiones de hombros y cuello. Ella estaba contenta porque se sentía viva, entusiasta, con más esperanzas. Con más ánimo. O sea con más alma.
Un día se despidió de mí y de nuestro trabajo con pena diciendo que su médico le recalcó "tú no puedes... no te olvides que estás enferma..."
¿Si nosotros mismos nos hemos enfermado porque no esperar que podamos generar el balance que nos devuelva la salud?
El sonido viaja más velozmente que los medicamentos. Por eso hay que prestar extrema atención a que escuchamos.
La contaminación sonora es grave y desequilibra no sólo el sistema nervioso sino que degenera el funcionamiento de las neuronas.
Para cerrar nuestro encuentro quiero hablarles del Humus de boca para los habitantes de Asia Central, o trompee para los Mapuches.
Un pequeño instrumento de metal que se coloca entre los dientes haciendo que vibre al pasar la mano, una lengüeta suelta también de metal.
Los habitantes de la Araucanía dicen que es el instrumento del amor.
En las montañas Altai, los médicos curan con la vibración de éste instrumento. Imitan el trote de los caballos, el ruido de una cascada, la correntada de un río, el sonido que llega del cosmos.
Por el paladar las vibraciones llegan a la glándula hipófisis, y ella reorganiza todo el sistema endocrino, balancea un estímulo donde hace falta, calma donde está sobre exigido.
Los sabios Mapuches sabían sin saber, que es la manera pura de la intuición cuando se está conectado con la verdad de lo vivo.