Hay muchas formas de valorar la «vitalidad» del paciente, que incluyen el nivel de «energía» de la persona, aunque no se limiten a ello. De hecho, algunas personas que se sienten muy cansadas en el fondo están llenas de vitalidad, mientras que otras que parecen llenas de energía en realidad han agotado buena parte de su reserva y pueden estar a punto de derrumbarse. Desde un punto de vista médico, es la misma relación que se establece entre la vitalidad de la persona y la dosis (esquema de Ananda Zaren).
Si la persona es muy sensible, se considera que tiene poca vitalidad y, en consecuencia, la dosis debe ser baja. La sensibilidad puede adoptar la forma de alergia al polen, al polvo, a los alimentos, etc., o bien ser más extrema en personas que no pueden tolerar los gases de combustión de los coches, el olor de la letra recién impresa o de las flores, los líquidos limpiadores, etc.
La sensibilidad también puede estar relacionada con las emociones: algunas personas se ofenden con facilidad y tienen reacciones violentas; otras parecen tener más paciencia y son más tolerantes. En la salud se sienten sólidamente fundamentadas y no se desequilibran con facilidad. En la enfermedad, sus actitudes son más precarias, tienen que trabajar más duramente para recuperar el equilibrio y se desequilibran con más facilidad (como un funambulista).
Cuanto mayor sea la medida en que el tratamiento médico anterior haya «reprimido» el problema, tanto más baja será la vitalidad y más baja debería ser la dosis. El ejemplo clásico de ello es el eczema, para el que se han utilizado cremas de cortisona. La cortisona no «cura» el eczema, sino que bloquea la reacción inflamatoria que produce la erupción. En algunos pacientes, el uso prolongado de cremas corticoides tiene como resultado la desaparición del eczema, con la creación de un nuevo problema, el asma. Cuando un homeópata trata con éxito a la persona, el asma desaparece y el eczema reaparece. Si para tratar el eczema aplica una dosis demasiado elevada del medicamento, la erupción será más intensa de lo necesario. En casos como éste es conveniente proceder poco a poco y con cautela.
Cuanto más «profunda» sea la enfermedad, más débil será la vitalidad de la persona y más baja debería ser la dosis empleada para tratarla. La esclerosis múltiple, por ejemplo, al ser una enfermedad del sistema nervioso, es «más profunda» en el cuerpo que la artritis o los problemas cutáneos.
La naturaleza del historial familiar también puede ser importante. Cuantos más problemas aparezcan en el historial familiar, tanto más «profundamente enraizados» estarán. En un caso así cabe suponer que la vitalidad es más baja y, en consecuencia, se necesitará una dosis más baja. Los síntomas fuertes, que se presentan con claridad, indican una vitalidad elevada. La energía para producir los síntomas procede de la vitalidad. En un caso así está indicada una dosis más elevada.
Una vez tomadas estas decisiones, el medicamento se suele administrar en forma de gránulos, que se disuelven en la boca. El medicamento se dará en una sola dosis o en dosis múltiples, una o varias veces al día, dependiendo de la naturaleza del caso y de la práctica que siga el homeópata.