Una vez elegido el medicamento, el siguiente paso consiste en determinar la concentración más adecuada.
Los estilos de práctica que se pueden emplear son muy diferentes. Cada profesional tendrá uno o dos estilos con los que se siente más experimentado y cómodo. Algunos utilizarán dosis bajas que repetirán con frecuencia, incluso varias veces al día. Otros preferirán dosis más altas, administradas una sola vez y observarán los resultados durante un período de tiempo. Es preciso ser flexibles en el enfoque, de acuerdo con el problema de que se trate.
Una persona con fiebre muy alta y dolor intenso necesita un alivio rápido y quizá se le tenga que dar el medicamento con frecuencia, incluso cada pocos minutos. El homeópata se puede comparar a un astronauta enviado al espacio para retirar y reparar un satélite. Hay que situarse en la misma órbita que el satélite (encontrar el medicamento correcto) y luego entrar en la órbita de la Tierra a la misma velocidad que el satélite, pues de otro modo no se podría estar cerca para trabajar en él (encontrar la concentración correcta del medicamento).
Esa concentración tiene que coincidir con la vitalidad del paciente. Si el medicamento es demasiado débil, su efecto será mínimo. Si es demasiado fuerte, puede provocar una intensificación de los síntomas (el llamado «agravamiento homeopático»).
Si se administra demasiado concentrado, es posible que no produzca ningún efecto. Es importante, por lo tanto, administrar el medicamento correcto, en la concentración adecuada, aunque la consideración más importante es dar con el medicamento que sea más adecuado.