Poco después, en 1893, se publicaron las amplias investigaciones y descubrimientos del homeópata sueco Nils Liljequist. Aunque veinticinco años más joven que Von Peczely y casi separado de él por un continente, estos dos investigadores, que trabajaban independientemente el uno del otro, produjeron gráficos y utilizaron una terminología médica que sorprendió a muchos por sus similitudes. Y sin embargo no debería ser sorprendente, ya que la anatomía humana es idéntica en todo el inundo.
Cuando Liljequist era un muchacho, se esperaba de él que estudiara medicina, pero a los quince años pasó de ser un joven robusto a convertirse en un enfermo crónico de malaria, gripe, glándulas linfáticas hinchadas, pólipos nasales y dolores en las extremidades, y todo esto durante los doce meses que siguieron a una vacuna. El uso constante de quinina le permitió observar que sus ojos azules cambiaban de color y, cuan do tenía veinte años, publicó un artículo titulado «La quinina y el yodo cambian el color del iris». En él escribió: «Antes yo tenía los ojos azules y ahora son verdosos, con manchas rojas».
Finalmente se sintió bastante decepcionado con la medicina y descubrió que sin necesidad de tomar constantemente medicamentos podía tener períodos de remisión, en lugar de varios años de constantes dolores de cabeza, vómitos y pitidos en los oídos. Al cumplir los treinta años decidió estudiar homeopatía y las obras del profesor Jaeger, sin olvidar nunca que «nuestros sufrimientos deberían recordarnos la necesidad de advertir a nuestros semejantes contra miserias similares y si se ven afligidos por la enfermedad, ayudarlos en todo lo posible».