La terapia corporal en la historia
La pérdida de la conexión corporal
A lo largo de la historia de la humanidad, las diferentes culturas han generado concepciones del mundo y del ser humano que incluyen la representación social del cuerpo y una manera de entender la relación con el mismo.
En las culturas primitivas, a diferencia de la dualidad de la concepción moderna occidental, el cuerpo no se diferencia de la persona y, entre su naturaleza y la del universo existe un continuum.
Entre los canacos (Melanesia) el cuerpo pertenece a la categoría vegetal, la palabra Kara designa la corteza del árbol y la piel del hombre, lo que le da una consistencia similar al cuerpo humano y al árbol. Todo está hecho de la misma sustancia, lo que establece puntos de contacto y de continuidad como la que existiría entre la vida y la muerte, donde no habría corte sino transformación. La sabiduría está dada por la relación de los hechos esenciales de la existencia y la naturaleza y la armonía entre las percepciones del hombre con respecto a su entorno. Un ritmo marcado por un continuo fluir entre el adentro y el afuera. Su corporeidad lo integra al grupo y al mundo.
De la misma manera, el hombre existe en relación con los vínculos que establece con los demás, existe en cuanto relación y contacto con su medio ambiente y con sus semejantes, lo que le da una pertenencia y un sentido a su vida.
Otra visión complementaria sería la de la fiesta popular carnavalesca medieval en la que el cuerpo pierde sus limites, se abre, se fusiona con los otros. Podemos observar esta situación en los cuadros de Bruegel, en cuales los personajes yacen en el suelo confundidos unos con otros, niños y viejos, hombres, mujeres, animales, comida y bebida derramadas. La muerte y la vida, personajes reales y fantásticos coexisten en una imagen orgiástica.
Las zonas del cuerpo que tienen preponderancia son las que se abren, bocas abiertas, narices, senos que se muestran, órganos sexuales, vientres preñados, en una gran fiesta colectiva del exceso, de la comida ingerida en total placer, del sexo vivido en el desborde y en el borde de una vida precaria que puede terminar en cualquier momento por la escasez, por las guerras, por la peste.
La confusión y fusión de las fiestas populares medioevales con su carcajada que estalla en burla hacia las convenciones y que marca un cuerpo común, abrazado en el placer y en el horror, va siendo reprimida, dando lugar desde la mirada racional de las capas gobernantes a la aparición de un cuerpo individual, que separa y aísla. Un cuerpo circunspecto, medido y atingente a las reglas morales del siglo XVI. Un cuerpo que ya no es el cuerpo comunitario, que identifica a la especie y al cosmos, hecho de la misma materia y que marca una pertenencia, un cuerpo vincular, sino uno que marca la separación y la diferencia.
Desde esta mirada, el cuerpo, con sus percepciones y sus sensaciones, deja de ser un lugar de conocimiento y de integración para pasar a ser una forma accesoria y no una muestra de lo sagrado, algo circunstancial, una especie de estuche, que el alma acepta resignadamente como un estorbo necesario.