Si no crecimos en un entorno familiar y educativo que despertó nuestras capacidades perceptivas hacia la naturaleza, la plástica, la música, etc., es probable que en nuestra adultez, difícilmente, estemos inclinados a preocuparnos de estos aspectos, salvo que tengamos latente una inclinación especial o una sensibilidad que de todas maneras nos lleve a explorar en esos ámbitos.
Ahora, el nivel o calidad que logremos en nuestras incursiones en lo artístico, amén de un gran impulso personal, dependerá en gran medida de lo que hayamos recibido en nuestra infancia y que nuestra sensibilidad y temperamento hayan procesado en esa etapa.
Por ello, es tan importante abordar la educación como una armonización de las facultades humanas desde la más temprana edad. Y esto no es sin duda el llenado de la mente infantil con datos, memorizaciones o training para ponerlo más "inteligente", desde el punto de vista adulto o para convertirlo en un ser "pensante" antes de tiempo, cuando su desarrollo está apuntando, más bien, a afincar otros aspectos de su individualidad como: su desarrollo físico, su capacidad afectiva, su imaginación conforme a una mente que, más que realidad sensoria es afín a la fantasía. El jardín infantil es, entonces, primordial para abordar está etapa del desarrollo del niño y donde debe recibir a través de contenidos que apunten a su espíritu, a su sensibilidad, a sus sentimientos, la base protectora que le permitirá continuar su desarrollo posterior con equilibrio y armonía.