(Latín). [Sombra]. La sombra de un fantasma ligado a la tierra. Los antiguos pueblos latinos dividían al hombre (según las enseñazas esotéricas) en siete principios, como lo hacían todos los sistemas antiguos y como lo hacen actualmente los teósofos.
Creían ellos que después de la muerte el Anima, la pura alma divina, subía al cielo, una mansión de felicidad; el Manes (Kâmarûpa) descendía al Hades (Kâma-loka), y la Umbra (doble astral o Linga-zarîra) permanecía en la tierra, cerniéndose en torno de su tumba, a causa de la atracción de la materia física, objetiva y de la afinidad que con la Sombra mantenía el cuerpo terrestre dentro de los lugares que este cuerpo había impresionado con emanaciones.
De consiguiente, decían ellos que no se podía ver en la tierra nada más que la imagen astral del difunto, y aun ésta desaparecía por completo con la desintegración de la última partícula del cuerpo que por tanto tiempo había sido su morada.
[Véase: Umbrátiles.]
Expresión usada en parapsicología y fenómenos paranormales.