Eminente médico y alquimista francés que floreció en la primera mitad del siglo XVII.
Compiló en una obra titulada Bibliotèque des Philosophes chimiques multitud de selectos tratados sobre el arte hermético, entre ellos La Tabla de Esmeralda de Hermes, seguida del comentario de Hortulano; La Suma de la Perfección, de Geber; La Turba de los Filósofos, de Artefio; Flamel, El Trevisano, Las doce Claves de Filosofía, de Basilo Valentín; El Triunfo hermético, La Luz saliendo de las Tinieblas, el Azoht, Los siete Capítulos atribuídos a Hermes, etc.
En el prefacio de esta rara y curiosa colección expone el autor importantes observaciones acerca de la alquimia.
Hablando de los enigmas y de las embrolladas explicaciones con que se ha descrito la preparación de la piedra filosofal, dice textualmente: "Si los filósofos hubiesen querido enseñar de un modo claro su Magisterio, e intentado hacer inteligible a todo el mundo lo que han escrito, no habría necesidad de hacer una vasta colección de las obras para exponer su ciencia.
El más breve de sus tratados nos hubiera instruído plenamente, y a ellos les hubiera sido fácil hacernos tan sabios como ellos mismos con muy pocas palabras.
(Prefacio de la 3ra. Edición, París, 1741, páginas CVII y CVIII).
Todos estos filósofos han escrito en un lenguaje muy obscuro para no profanar y hacer pública una cosa tan preciosa, que, si fuese conocida, causaría un desorden y trastornos prodigiosos en la sociedad humana.
Escribieron sólo para los hijos de la Ciencia, esto es, para los que están iniciados en sus misterios, y por esta razón es muy difícil para los aprendices entender y descifrar unos libros que de intento han embrollado con enigmas y llenado de contradicciones.
Y aunque principalmente del Padre de las Luces debemos esperar la revelación de tan grande Misterio, lo cierto es que sólo por entre tales contradicciones y mentiras aparentes encontramos la verdad; sólo en medio de estas espinas cogeremos esta rosa misteriosa.
No podríamos entrar en los ricos jardines de las Hespérides para ver en él este bello árbol de oro y coger los frutos tan preciosos, sino después de vencer al dragón que vela sin cesar e impide la entrada.
No podemos ir a la conquista de este vellocino de oro sino por las agitaciones y los escollos de este mar desconocido, pasando por entre estas rocas, y después de haber dominado a los espantables monstruos que lo guardan. (Páginas IV y V)" Aquellos que son bastante felices para adquirir el conocimiento de este arte y la posesión de este raro tesoro, por malvados y viciosos que fuesen antes, están cambiados en sus costumbres y se vuelven hombres de bien; de suerte que, no teniendo nada más que desear en este mundo, no suspiran más que por Dios y la bienaventuranza eterna, que sin cesar tienen ante sus ojos, y exclaman como el profeta: "Señor, sólo me falta la posesión de vuestra gloria para estar plenamente satisfecho". (Id., XX).
Expresión usada en alquimia.