Aquellos años toda Europa, y muy especialmente Francia, vivía una gran crisis política y religiosa. El protestantismo se extendía como la pólvora, y los odios entre hugonotes y católicos se hacían cada vez más fuertes y más dramáticos. Era también el tiempo del Concilio de Trento, de las guerras de religión, y de unas sociedades teocráticas en las que todo aquel que se apartara del Dogma corría gran peligro. Personajes de la talla de Servet o de Giordano Bruno* habían acabado en la hoguera. Nostradamus sabía muy bien que podía correr el mismo destino, a poco que la Iglesia viera en su obra el menor asomo de disidencia. Y como él no estaba dispuesto a perder ni su obra ni su Vida. hizo - pudo por evitarlo. Él mismo refiriéndose al complicado estilo de su obra:
«...Hubiese podido adaptar unas partes a otras. Pero al ver, ¡oh, Serenísimo Rey!, que algunos de la censura podrían encontrar en ellas problemas...» No hay duda de que su vida podía pender de un hilo.
Uno de los especialistas más notables de la obra de Nostradamus, el francés Jean-Charles Pichon, insiste en un punto, al investigar en su obra: los estudiosos se han limitado, por lo general, a intentar descifrar lo que se refería a su propia época, despreocupándose de otro tiempo futuro, y perdiendo de este modo un sentido de la perspectiva. Por ejemplo, los investigadores del siglo XVIII se proponían demostrar que Nostradamus sólo hacía referencia a Luis XIV; los que hacían sus interpretaciones a finales del siglo entendían que los vaticinios correspondían a la Revolución; si era el tiempo de Napoleón, al Imperio; y si se hacían en 1940, creían que todo lo que había dicho el sabio tenía que ver con la Segunda Guerra Mundial.
Ciertamente esa forma de interpretar las Centurias implica una notable miopía. Nunca hubo interés por comprender la visión global del asunto, sino que todos se circunscribieron a lo que podía decirse sobre su época. El mismo Pichon comenta: «Esta posición básica entraña graves consecuencias. De modo general, el poema no se lee como fue escrito, ni se leería aunque se tratase de una obra más clara. En lo que concierne a Nostradamus atestiguan este hecho más de cien publicaciones; desde las primeras interpretaciones en verso de Vincent Séve de Beaucaire, fechadas en 1605, y presentadas como inéditas (las Sextinas y los Presagios) hasta las de Fontbrune y de Émil Ruir, en nuestros días.»
El mismo investigador se pregunta si podría afirmarse que la ciencia de Nostradamus queda al abrigo del error. Personalmente él no parece considerarlo así. Está claro que las profecías basadas en el «Eterno Retorno», y en sus ritmos temporales, se cumplen siempre con mucha exactitud. Quedan profetizados así el fin de la monarquía, la Revolución Francesa, la República, el Imperio, el fin del Islam, y el llamado «crepúsculo de los dioses». Y es muy probable que lo mismo suceda en el futuro. Por el contrario, lo que constituye la anécdota «es, a menudo, sólo el sueño de un poeta arrebatado por la magia del verbo, o por las necesidades de la rima». Pero, a pesar de estas posibles limitaciones, Nostradamus constituye un caso único en la historia de la profecía, del ocultismo serio y del verdadero y profundo esoterismo, llevado todo a una expresión práctica.
Término utilizado en esoterismo, espiritualidad o, en el movimiento rosacruz.