Según la tradición Sidarta tuvo cuatro encuentros que cambiaron completamente su forma de ver el mundo y le impulsaron a buscar algo más fuera de los placeres de que estaba rodeado.
El príncipe solía salir con su auriga, Chandaka, a dar paseos fuera del palacio, y en uno de estos vio un día Sidarta a un anciano decrépito que los criados de su padre no habían tenido tiempo de apartar. Asombrado ante aquella decadencia tan extrema, que él no había visto nunca antes, pensó que se trataba de algo extraño, hasta que Chandaka le sacó de su error y le enseñó que, de vivir mucho tiempo, todos los seres perdían su belleza y muchos de sus atributos para ser viejos y débiles.
En otra ocasión vio un enfermo que sufría un mal repugnante que deformaba su cuerpo y le hacía padecer grandes dolores. El príncipe se sorprendió mucho cuando Chandaka le explicó que esto era algo normal, puesto que los humanos sufrían enfermedades constantemente.
En otra salida se topó el príncipe con un cortejo funerario, lo que le puso en contacto con la muerte y el principio ineluctable de que todo lo que nace tiene que morir.
Por último, en otro paseo, a quien vio Sidarta fue a un mendigo que, a pesar de vestir muy pobremente y pedir limosna, tenía un aspecto feliz y luminoso. Al preguntar quién era se le contestó que se trataba de un hombre santo que había renunciado a todo para dedicarse a la perfección espiritual.