¿QUE MUNDO QUEREMOS VIVIR?
Guido Lagos Garay


¿Cómo aprendemos a "sentir" nuestras emociones? Me refiero entre otras "cosas" a nuestras penas, tristezas, culpas, odios, sentido de apropiación, enemigos, competencia.e indudablemente también al amor, a la alegría, al juego, a la tolerancia y sobre todo a la aceptación del otro en su diversidad.

La Biología del Conocimiento nos enseña que creer que nuestras emociones son "naturales e innatas" es un error que tiene consecuencias enormes en el modo de vivir, de configurar y de dar sentido a nuestras vidas. La emoción es un proceso de gran complejidad porque la "emoción" es el encuentro (interface para ser más precisos) de dos mundos fenoménicos generalmente disjuntos; la biología y la cultura. Ello quiere decir que el aprendizaje emocional, aunque anclado y encarnado en la organización biológica (en las arquitecturas "neurohormonales" del sistema nervioso) es también un proceso de endoculturización en el que -él y lo otro- siempre participa. La emoción es una configuración "interna" del sistema nervioso que se encuentra ya estabilizada y que hemos aprendido a "sentir" (a distinguir, a experienciar) en nuestro simple vivir la cultura que vivimos. La cultura no es externa de los estados neuro-emocionales.en la emoción la cultura se introduce en nuestra corporalidad; en la emoción la cultura (pater) penetra la biología (mater).

Ese aprendizaje emocional es parte constitutiva de las "redes capilares del poder" de la que nos habla Michel Foucault ("Microfísica del poder"). Y también de las "redes rizomáticas" de Guilles Deleuze y Felix Guattari ("Mille plateux"). Todo neurofisiólogo sabe que el recién nacido no "viene" con sus emociones ni prefiguradas ni "programadas", que será solo en la sociabilidad de su vivir de todos los días donde él aprenderá a "sentir" una u otra emoción. Las emociones, así aprendidas y estabilizadas, nunca son triviales. son el "arrière-plan" para la vivencia de "sentir(se en) el mundo".

Un ejemplo simple permite comprender mejor lo afirmado. Agnes Heller ("Teoría de los sentimientos") pone en evidencia que a los bebés humanos les encanta también -como a casi todos los mamíferos- jugar con sus excrementos. En la "mamiferidad" que el pequeño también es, ello es una conducta "natural". Será su madre (y/o su entorno más inmediato) quiénes, proyectando repetidas veces en el pequeño su propio asco frente a la mierda, "inoculará" en él la emoción "asco". Ese aprendizaje de la emoción "asco a la mierda", transforma así el comportamiento y la vida futura del pequeño. Lo que hasta allí era "natural", su vivir cultural lo ha alterado.y esa transformación no tiene vuelta atrás, las operaciones biológicas son irreversibles. Es así -en ese proceso de endoculturización- como aprendemos a sentir y a distinguir las emociones que todos los días sentimos. Ese es el "imprinting", como le llaman los especialistas para dar cuenta que habitualmente ese proceso se encuentra "oculto y escondido" en lo mas profundo de nuestra propia "identidad". Ello explica porqué los estados neuroemocionales una vez "aprendidos" y estabilizados, no son fáciles de dejar de lado. La endoculturización estabiliza la emoción en las redes neurales y lo más probable es que allí permanezca por el resto de nuestras vidas. El verbo deja así una huella en la carne.

Este ejemplo de la mierda no es trivial. El nos muestra como ese proceso de endoculturización oculto genera muchos de los presupuestos cognitivos que "ordenan" y dan sentido a nuestras vidas. Veamos ello de más cerca

1.- Experiencia y descripción de la experiencia.

Si bien es cierto que una "cosa" es lo que me sucede y otra diferente es como yo describo aquello que me sucede, ambos procesos están ineluctiblemente vinculados. Cuando "siento pena" lo que me encuentro haciendo es generando una "distinción en el lenguaje" para algo de lo mucho que está sucediendo en toda mi corporalidad. Construyo así un "mapa" para el "territorio" como decía Korzibsky. Si puedo separar (distinguir) ese "algo" de mi "todo corporal" es porque de pequeño fui aprendiendo una "distinción cognitiva" que permite que esa "sensación pena" surja y emerja. Sin la distinción "pena", yo no puedo "sentir" pena. Aprendí esa distinción "pena" y ella me permite separar y reconocer "algo" de lo mucho que siempre está sucediendo en mi interior. Sin la encarnación neuronal de dicho aprendizaje, esa "sensación" sería similar a muchas otras "sensaciones" que constantemente nos suceden pero que, por no poseer distinción cognitiva para ellas, no llegamos a "sentir". Como muchos aromas y tonalidades cromáticas del papel que Ud. tiene entre las manos, por ejemplo. Ud. lee, es claro, pero al mismo tiempo ve y huele otras "cosas" de las que no se percata. En nuestra corporalidad están sucediendo siempre muchas "cosas" que no "sentimos" porque no poseemos distinciones "en el lenguaje" para aquello que sin embargo, sí sucede. Hay culturas enteras donde la "culpa" -por ejemplo- no existe, será solo en su contacto con el occidente greco-judéo-cristiano y patriarcal que dichas culturas inocularán la "culpa". entrando así en un proceso que las conducirá a su destrucción.

2.- "Herencia" filogenética y "aprendizaje" ontogenético.

La complejidad de la relación entre la filo y la ontogenia del homo sapiens-sapiens es tal, que es allí donde se constituye en humano. Es precisamente por esa particular relación que nos hacemos "sapiens-sapiens" es decir, diferentes a otros animales primates que solo son "sapiens". Ello es así por cuanto el largo proceso evolutivo de la vida ha ido generando una extraordinaria complejidad y plasticidad en la neuro-arquitectura de nuestro cortex cerebral y -en general- en todo nuestro sistema nervioso. Lo que nos hace diferentes de otros animales sociales es justamente la plasticidad de nuestra filogenia, y tan plástica es que ya se hizo permeable a nuestra ontogenia. Y es exactamente esa permeabilidad filogenética nuestro patrimonio exclusivo de animales humanos. En términos más técnicos: en el homo sapiens-sapiens el genotipo es penetrado por el fenotipo o bien, y es lo mismo, nuestra deriva ontogénica no es trivial para la evolución filogenética.

Si a un chino lo trasladamos de pequeño a vivir a Chile, el "aprenderá" a emocionarse como un chileno. De vez en cuando se va a "chorear" por ejemplo. Allí, en su "choréo", el tono emocional de dicho "chino" es (más o menos) el mismo que el de un chileno. Si él hubiera continuado viviendo en China, nunca podría "chorearse". Una vez adulto ese chino continuará manteniendo algunas características genotípicas de chino (ojos rasgados, piel amarilla, etc.) y sin embargo las arquitecturas neurales que configuran sus estados emocionales están estabilizadas de modo tal que podrá "chorearse" como ya dijimos. Ello quiere decir que las arquitecturas neurales de ese chino ya se engancharon a un cierto modo de relacionarse con los otros. Por eso ese chino es emocionalmente chileno. Y todo ello le sucedió por el simple hecho de haber cohabitado la "cultura" chilena. Posiblemente si ese chino se casa con una chilena, sus hijos serán ya filogeneticamente más abiertos que su padre para "chorearse". Es decir, "vendrán" un poco mas posibilitados genotípicamente para emocionarse como chilenos. Es así como la cultura estabiliza las emociones y también es así como ella contribuye a su transformación.

Ese modo de aprendizaje no existe entre los girasoles.ni entre las amebas, ni entre los caracoles. Respecto de si el proceso de aprendizaje y estabilización emocional se desarrolla así en los primates superiores, la polémica es grande y confusa. Ello porque entre los autores hay formas diferentes para entender la relación entre la evolución de la especie y las operaciones del sistema nervioso. Tal vez sea válido decir que los monos se "emocionan", pero sobre como "sienten" ellos sus estados emocionales, categóricamente nosotros no podemos decir nada. Y aunque lo hiciéramos -porque el antropomorfismo es fuerte- hay acuerdo en que las estructuras neurales de los primates son siempre filogenéticamente mas "duras" que las nuestras; ellas no son penetradas por su cultura. Reiteramos lo dicho; en la plasticidad genotípica se encuentra la especificidad del homo sapiens-sapiens. Precisamente porque la filogenia gorila o chimpancé no es penetrada por su cultura es que ellos son animales-no humanos. No hay juicio de valor ni de superioridad en esa distinción, solo se trata de marcar una diferencia; los monos no son sapiens-sapiens. Nosotros somos humanos porque sabemos que sabemos y de los monos no podemos decir lo mismo; nosotros no podemos saber si (o cómo) ellos saben que saben y lo dicho es mucho más que un inocente juego de palabras. Es toda una disposición ético-estética la que allí se abre.

3.- Biología de la conversación, una poética de la interacción.

Es en las conversaciones de todos los días donde, en el homo sapiens-sapiens, las emociones (biología) se enganchan a sus descripciones (lenguaje-cultura). Con-versar nos remite etimológicamente a "dar vueltas con el otro". La cultura es esa "magma común" donde nos co-implicamos al otro a través de nuestras con-versaciones. La cultura es el tramado de "redes conversacionales" donde nos co-implicamos a los otros, a todos los otros obviamente. Es en esas "redes conversacionales" donde aprendemos a sentir las emociones que diariamente sentimos. Emociones que son el arrière-plan para dar sentido y coherencia a todas nuestras acciones, es asi como las emociones "ordenan" nuestra experiencia.

El lenguaje posee siempre otra dimensión que el simple intercambio simbólico. Con-versar no sólo es compartir mundos simbólicos, es también una co-ordinación biológica con el otro. Esa co-ordinación es un verdadero "enganche neural" ("sinapsis cibernética" le llaman algunos neurocientístas). Esa dimensión de co-ordinación (con)sensual (de sentir) habitualmente no es considerada, ni por las Ciencias del Lenguaje, ni por nosotros mismos en la experiencia de nuestra comunicación cotidiana. Se trata de una "coordinación consensual de coordinaciones conductuales consensuales" en la pesada terminología de los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela ("El árbol del conocimiento", "De máquinas y seres vivos"). Ellos afirman también que nuestra vida social solo emerge a partir de esa co-ordinación biológica. Sin esa co-ordinación, no hay ser social posible. Es esa coordenación la que abre la posibilidad ética (de responsabilidad) y estética (de placer y armonía) para nuestra sociabilidad. Porque, apertura genotípica obliga, nuestro con-versar tendrá consecuencias en el modo como experienciamos nuestra vida.y también en como lo harán nuestros hijos y nietos.

Este particular y sutil vínculo entre lenguaje y emoción -no evidente en la pragmática de los lenguajes (idiomas) occidentales- opaca en nuestra cultura, una posibilidad ética y estética para nuestra propia vida. Siglos de cultura patriarcal han marcado nuestros modos conversacionales de un modo tal que sus estructuras internas favorecen la emergencia de ciertas emociones, dificultando otras. Surgen emociones muy patriarcales por lo demás; competencia, apropiación, dominio, sumisión y poder, imposición, sentido rígido de la identidad, etc. Se dificultan otras más "participantes", sensualidad del compartir, amor, aceptación del otro en su diversidad, etc.

En nuestros idiomas el "orden" gramatical y sintáctico acota siempre una semántica muy estrecha y cosificada. Los lingüistas hablan de hipostasiar y/o reificar para dar cuenta de como, en nuestros lenguajes (idiomas), se objetiviza (se trata como un objeto) aquello que es proceso; la experiencia. Y la experiencia de "sentir" (la vivencia) siempre es pragmática, existencial si se quiere. La semántica tiene que ver con el mundo del "sentido", que en esta perspectiva de una Biología del Lenguaje, nos es sino la "(con)sensualidad" del encuentro. Los lenguajes (idiomas) occidentales obligan al "receptor" a permanecer siempre en el "sentido" que -quién habla- está imponiendo. Por ello en las con-versaciones (co-ordenaciones corporales con el otro) se desliza siempre una relación de poder. Ello sucede al margen de las intenciones del "locutor". En nuestros lenguajes es casi imposible ofrecer un "sentido abierto" a quién escucha, por cuanto ese "sentido" está muy amarrado a la "semántica dura" que la sintaxis y la gramática que esos modos de conversar permiten. Pero esa limitante lingüística no nos excluye de ser los únicos responsables para estabilizar otras emociones; la aceptación por ejemplo. Se hace mas difícil hacerlo, pero tanto la responsabilidad como el placer de construir mundos de aceptación del otro como un legitimo otro en su diferencia, sigue siendo un asunto nuestro y no del lenguaje (idioma).

Si miramos el modo de operar de otros lenguajes mas metafóricos podremos percatarnos del "sentido irradiante" que en ellos se genera. En los koan budistas y en las parábolas del Cristo, en las "moralejas" del discurso de fábulas y en la "sensualidad" del discurso poético, en la "sacralidad mágica" del discurso chamánico, en el arte y en general en otros modos metafóricos del lenguaje, encontraremos una propuesta diferente para "dar vueltas" con el otro. En esos modos de conversar el "sentido" se construye de una manera más "democrática" pudiésemos decir. Locutor y auditor participan en conjunto en la construcción del significado del encuentro que se está experienciando. Significado que jamás es definitivo por lo demás; en la metáfora el "sentido" siempre quedará abierto, la polisemia se abre paso a la unisemia. E imponer sentido siempre es una forma de dictadura. Tal vez los políticos y los gobernantes debieran ser poetas pese a que, en el paradigma de "esa" política de poder (patriarcal), ello es imposible, Indudablemente que hay que "poetisar" entonces.y no solo la política sino todas las relaciones humanas..hacerlas mas sensuales, mas lúdicas. Si deseamos hacerlo, y ello no depende sino de nosotros mismos, otro será el mundo que viviremos.